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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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—De verdad, Teodoro, es usted como un número antiguo de Punch —gimió Larry.<br />

Tintineaban las copas, rechinaban los cuchillos y tenedores y las botellas de vino gorgoteaban<br />

según iba transcurriendo la comida. Se sucedían las exquisiteces, y cada vez que los invitados<br />

manifestaban su aprobación unánime del plato de turno, Mamá sonreía con modestia. La<br />

conversación, como es natural, giró sobre el tema de los <strong>animales</strong>.<br />

—Yo recuerdo que cuando éramos pequeños nos enviaron a visitar a una de nuestras numerosas<br />

tías ancianas y excéntricas. Aquélla sentía verdadera manía por las abejas; las criaba en cantidades<br />

industriales; tenía el jardín atestado de cientos de colmenas que zumbaban como los postes del<br />

telégrafo. Una tarde se puso un velo enorme y unos guantes, nos encerró a todos en la casa para<br />

mayor seguridad y se fue a sacar miel de una de las colmenas. Por lo visto no debió de<br />

impresionarlas lo bastante, o lo que sea que hay que hacer con ellas, y cuando levantó la tapadera<br />

salió de allí dentro una especie de geiser de abejas que se le posaron encima. Todo esto lo<br />

estábamos observando nos<strong>otros</strong> por la ventana. Como no sabíamos gran cosa sobre abejas, nos<br />

pareció que sería ése el procedimiento correcto, hasta que vimos que se ponía a correr como una<br />

loca por el jardín, haciendo esfuerzos desesperados por escapar de las abejas y enredándose el velo<br />

en los rosales. Por fin llegó a la casa y se tiró contra la puerta. Nos<strong>otros</strong> no podíamos abrir porque<br />

era ella quien tenía la llave. Intentábamos hacérselo comprender, pero sus alaridos de dolor y el<br />

zumbido de las abejas ahogaban nuestras voces. Fue, me parece, Leslie quien tuvo la brillante idea<br />

de tirar sobre ella un cubo de agua desde la ventana de la alcoba. Pero llevado de su entusiasmo tiró<br />

también el cubo, desdichadamente. Que a uno le den una ducha de agua fría y le estampen un cubo<br />

grande de hierro galvanizado en la cabeza es bastante molesto de por sí, pero si además hay que<br />

estar al mismo tiempo tratando de espantar a un enjambre de abejas la cosa resulta ya demasiado<br />

penosa. Cuando por fin metimos a la tía en casa, estaba tan hinchada que casi no la reconocíamos<br />

—Larry hizo una pausa y suspiró con sentimiento.<br />

—¡Espantoso! —exclamó Kralefsky abriendo los ojos como platos—. Pudo morirse de eso.<br />

—Sí que pudo —asintió Larry—. De todos modos, me echó a perder las vacaciones.<br />

—¿Y se recobró? —preguntó Kralefsky. Era evidente que estaba ya planeando una emocionante<br />

Aventura de la Abeja Enfurecida que poder correr con su dama.<br />

—Pues sí, después de pasar unas semanas en el hospital —respondió Larry con descuido—. Pero<br />

lo que no se le pasó fue la manía de las abejas. Poco tiempo después todo un enjambre se le instaló<br />

en la chimenea, y por intentar ahumarlas prendió fuego a la casa. Cuando llegaron los bomberos no<br />

quedaban más que las paredes carbonizadas, rodeadas de abejas.<br />

—Espantoso, espantoso —murmuró Kralefsky.<br />

Teodoro, que minuciosamente untaba de mantequilla un trozo de pan, dio un gruñidito de<br />

regocijo. Se disparó el pan a la boca, lo masticó sólidamente durante cosa de un minuto, lo tragó y<br />

se limpió la barba con la servilleta.<br />

—A propósito de fuegos —empezó, con un brillo de picardía en los ojos—. ¿Les he contado lo de<br />

cuando modernizaron el Cuerpo de Bomberos de Corfú? Pues parece ser que el jefe de la brigada<br />

estuvo en Atenas y se quedó muy... eh... impresionado por el material nuevo contra incendios que<br />

tenían allí. Pensó que ya era hora de que Corfú se deshiciera del viejo coche de caballos y lo<br />

cambiara por otro nuevo... hum... preferiblemente bonito, rojo y reluciente. También se le<br />

ocurrieron algunas otras mejoras. Volvió aquí lleno de... hum... de entusiasmo. Lo primero que hizo<br />

fue abrir un hueco redondo en el techo del parque de bomberos, para que éstos pudieran bajar<br />

deslizándose por una barra según lo correcto. Pero al parecer, con las prisas de la modernización<br />

olvidó poner la barra, así que la primera vez que hubo prácticas dos de los bomberos se rompieron<br />

las piernas.<br />

—No, Teodoro, me niego a creerlo. Eso no puede ser verdad.<br />

—No, no, les aseguro que es totalmente cierto. Me los trajeron a mi consulta para radiografiarles.

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