Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A
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—No digas bobadas —dijo Les con gesto de asco—. Siempre te crees que lo que hacen los demás<br />
es facilísimo.<br />
—Es lo que nos sucede a los polifacéticos —suspiró Larry—. Por regla general, las cosas resultan<br />
ser ridículamente fáciles cuando yo las intento. Insisto en que no hay por qué ponerse así por un<br />
vulgar ejercicio de puntería.<br />
—¿Ridículamente fáciles cuando tú las intentas? —repitió Leslie incrédulo—. Todavía no te he<br />
visto llevar a la práctica ni uno de tus consejos.<br />
—Calumnias infundadas —dijo Larry, picado—. Siempre me encontrarás dispuesto a demostrar<br />
lo acertado de mis ideas.<br />
—Muy bien, pues entonces haz tú un doblete.<br />
—No faltaba más. Tú pones el arma y las víctimas y yo te demostraré que no requiere habilidad<br />
alguna: es una simple cuestión de mente despierta capaz de dominar la matemática del asunto.<br />
—De acuerdo. Mañana vamos por agachadizas a la ciénaga. Ahí tendrás ocasión de ejercitar tu<br />
mente despierta.<br />
—No es que me apetezca mucho asesinar a unas aves que parecen estar atrofiadas de nacimiento<br />
—dijo Larry—; pero, ya que mi honor está en juego, supongo que no habrá más remedio que<br />
sacrificarlas.<br />
—Date por satisfecho con tumbar una —dijo Leslie con regodeo.<br />
—Desde luego, queridos, os ponéis a discutir por las cosas más estúpidas —dijo Mamá<br />
filosóficamente, quitándose plumas de las gafas.<br />
—Estoy de acuerdo con Les —dijo Margo de improviso—; Larry es demasiado aficionado a<br />
decirles a los demás cómo hay que hacer las cosas, sin hacer nada él mismo. Le vendrá bien llevarse<br />
una lección. A mime parece que Les ha tenido que ser muy hábil para matar dos pájaros de un tiro, o<br />
como se diga.<br />
Leslie, bajo la impresión de que Margo había entendido mal su hazaña, inició un nuevo y más<br />
detallado recital del episodio.<br />
Llovió durante toda la noche, por lo que a la mañana siguiente, cuando nos pusimos en marcha<br />
para ver a Larry realizar el portento, la tierra estaba mojada y pegajosa, y el aire impregnado de un<br />
aroma fragante como el de un plum—cake. Para hacer honor a la ocasión Larry se había puesto una<br />
gran pluma de pavo en su sombrero de tweed, y llevaba el aspecto de un minúsculo, garboso y<br />
enormemente digno Robin Hood. Durante todo el trayecto hasta la ciénaga donde se reunían las<br />
agachadizas no hizo más que refunfuñar: que hacía frío, que se resbalaba uno todo el rato, que no<br />
veía por qué Leslie no daba por buena su palabra sin toda aquella farsa ridícula, que la escopeta<br />
pesaba mucho, que probablemente ni siquiera habría caza, porque en un día así sólo a un pingüino<br />
mentalmente defectuoso se le ocurriría salir. Nos<strong>otros</strong>, implacables, lo llevamos a remolque hasta la<br />
ciénaga haciendo oídos sordos a sus quejas y protestas.<br />
La ciénaga era en realidad el lecho de un pequeño valle, unas cuatro hectáreas de terreno llano<br />
que se cultivaba en los meses de primavera y verano. Abandonado en invierno, se convertía en una<br />
selva de juncos y maleza entrecruzada por acequias. Ese sistema de riego, extendido a todo lo largo<br />
y ancho de la ciénaga, entorpecía mucho la caza, porque casi todas las acequias eran demasiado<br />
anchas para cruzarlas de un salto, y su composición de dos metros de cieno líquido y uno de agua<br />
sucia hacía imposible vadearlas. Aquí y allá las cruzaban unos puentes angostos de maderos<br />
temblones y podridos en su mayoría, pero que constituían el único medio de transitar por el terreno.<br />
El tiempo de caza había que dedicarlo a partes iguales a la búsqueda de piezas y a la búsqueda del<br />
siguiente puente.<br />
Apenas habíamos cruzado el primero cuando nos salieron de los pies tres agachadizas y huyeron