Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A
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habían pasado de ahí al extremo contrario. La enorme pila de colchones y... eh... ya saben, esas<br />
cosas de muelles que se ponen en las camas, resultó tan elástica que la protagonista no hizo más que<br />
tocarla y volver a salir despedida. Y mientras los demás del reparto se reunían junto a las... eh...<br />
¿cómo se llaman?... ah, sí, las candilejas, comentando entre sí el suicidio, la parte superior de la<br />
protagonista reapareció dos o tres veces por encima de las almenas, en medio del asombro del<br />
público.<br />
El petirrojo, que en el transcurso del relato se había ido acercando a saltitos, volvió a escapar<br />
asustado por nuestras carcajadas.<br />
—De veras, Teodoro, estoy seguro de que se pasa usted sus ratos de ocio inventándose esos<br />
cuentos —protestó Larry.<br />
—No, no —dijo Teodoro, sonriendo alegremente para su barba—; si se tratara de algún otro sitio<br />
sí que me los tendría que inventar, pero aquí en Corfú la realidad... eh... se anticipa, por así decirlo,<br />
al arte.<br />
Finalizado el té, Teodoro y yo volvimos una vez más a la orilla del lago para proseguir nuestras<br />
investigaciones hasta que nos faltó la luz; entonces regresamos lentamente a la playa, donde la<br />
hoguera crepitaba y refulgía como un enorme crisantemo entre los lirios fantasmales. Spiro, que<br />
había arponeado tres peces grandes, los asaba sobre una parrilla con expresión ceñuda y absorta,<br />
echando de rato en rato una pizca de ajo, un chorrito de zumo de limón o una rociada de pimienta<br />
sobre la delicada carne blanca que asomaba allí donde la piel tostada empezaba a desprenderse.<br />
Salió la luna sobre las montañas, plateando los lirios excepto en los lugares en que el resplandor<br />
vacilante de las llamas los iluminaba con un tinte rosáceo. Las olas diminutas corrían sobre el mar y<br />
suspiraban de alivio al alcanzar por fin la orilla. Los búhos empezaron a ulular entre los árboles y<br />
las luciérnagas a iluminar las tenebrosas sombras con el parpadeo de sus luces de un color de jade<br />
desvaído.<br />
Al cabo, entre bostezos y desperezos, subimos otra vez nuestras cosas a los botes. Remamos hasta<br />
la entrada de la bahía, y allí, mientras Leslie enredaba en el motor, nos volvimos a mirar<br />
Antiniotissa. Los lirios eran como un campo de nieve a la luz de la luna, con el negro telón de los<br />
olivos taladrado por los destellos de las luciérnagas. La hoguera que habíamos encendido, pisoteada<br />
y deshecha antes de marcharnos, refulgía como un puñado de granates al borde de las flores.<br />
—Desde luego, es un... eh... sitio muy hermoso —dijo Teodoro con inmensa satisfacción.<br />
—Es un sitio espléndido —asintió Mamá, para inmediatamente otorgarle su distinción más alta—,<br />
me gustaría ser enterrada aquí.<br />
Después de un primer tartamudeo de vacilación, el motor lanzó un rugido profundo; la Vaca<br />
marina tomó velocidad y salió disparada a lo largo de la costa, arrastrando al Bootle—Bumtrinket.<br />
Detrás se abría nuestra estela, blanca y sutil como una tela de araña sobre el agua oscura, flameante<br />
aquí y allá con un momentáneo destello de fosforescencia.<br />
17. Los campos de ajedrez.<br />
Más abajo de la villa, entre la línea montuosa en que se alzaba y el mar, estaban los Campos de<br />
Ajedrez. El mar entraba en la costa curvándose en una gran bahía casi cerrada, luminosa y poco<br />
profunda, y en las tierras bajas que la circundaban se extendía la compleja red de canales estrechos<br />
que en la época de dominación veneciana sirvieran de salinas. Cada una de las parcelitas de tierra<br />
enmarcadas por los canales se cultivaba y reverdecía de maíz, patatas, higos y uvas. Aquellos<br />
campos, pequeños recuadros de color ceñidos de agua brillante, formaban como un ancho y<br />
multicolor tablero de ajedrez sobre el que circulaban las figuras variopintas de los campesinos.<br />
Era ésta una de mis zonas de caza favoritas, porque los diminutos canales y la densa maleza