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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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manera más sencilla de enseñarme inglés era dejarme que cada día escribiera algo que luego él<br />

corrigiese. Sugirió un diario, pero yo me opuse, alegando que ya tenía uno de historia natural,<br />

donde apuntaba cuanto de interesante hubiera sucedido en el día.<br />

¿Con qué iba a rellenar un segundo diario? Peter no supo hallar respuesta a ese argumento. Yo le<br />

propuse que intentáramos algo un poco más ambicioso. Modestamente sugerí escribir un libro, y<br />

Peter, un tanto sobresaltado pero no pudiendo aducir razón alguna por la que yo no debiese escribir<br />

un libro, aceptó. Así que todas las mañanas me pasaba aproximadamente una hora feliz dedicado a<br />

la adición de un nuevo capítulo a mi epopeya, emocionante relato de un viaje alrededor del mundo<br />

con mi <strong>familia</strong>, en el curso del cual capturábamos todo tipo de fauna imaginable en las trampas más<br />

inverosímiles. Modelé mi estilo según el de La Revista del Niño, de modo que cada capítulo<br />

terminaba con un lance estremecedor: Mamá atacada por un jaguar o Larry debatiéndose entre los<br />

anillos de una enorme pitón. A veces el final era tan complicado y erizado de peligros que al día<br />

siguiente tenía graves dificultades para rescatar ilesa a la <strong>familia</strong>. <strong>Mi</strong>entras yo trabajaba en mi obra<br />

maestra resoplando con energía, sacando la lengua, interrumpiéndome para discutir con Roger los<br />

puntos más delicados del argumento, Peter y Margo paseaban por el jardín hundido para admirar las<br />

flores. No sin cierta sorpresa por mi parte, ambos se habían vuelto de repente muy botánicos. De esa<br />

forma las mañanas transcurrían muy gratamente para todos los interesados. A veces, los primeros<br />

días, Peter padecía repentinos espasmos de conciencia, mi epopeya era relegada a un cajón y nos<br />

enfrascábamos en problemas matemáticos. Pero según se fueron alargando los días del verano, y<br />

haciéndose más sostenido el interés de Margo por la jardinería, disminuyó la frecuencia de tan<br />

molestos períodos.<br />

A raíz del desdichado incidente del escorpión se me había concedido una habitación grande del<br />

primer piso para albergar allí mis <strong>animales</strong>, con la vaga esperanza de tenerlos así confinados en<br />

determinada zona de la casa. Esta habitación, a la que yo denominaba mi estudio, y el resto de la<br />

<strong>familia</strong> el Cuarto de los Bichos, tenía un agradable olor a éter y a alcohol metílico. Allí guardaba<br />

mis libros de historia natural, mi diario, mi microscopio, instrumental de disección, mangas,<br />

cazamariposas y <strong>otros</strong> artículos importantes. <strong>Mi</strong>s colecciones de huevos de ave, escarabajos,<br />

mariposas y libélulas se alojaban en cajas grandes de cartón, mientras que en los estantes superiores<br />

se agolpaba un magnífico muestrario de frascos llenos de alcohol que contenían ejemplares tan<br />

interesantes como un pollo de cuatro patas (regalo del marido de Lugaretzia), varios lagartos y<br />

culebras, renacuajos en diversos estadios de desarrollo, una cría de pulpo, tres ratas pardas medio<br />

crecidas (aportación de Roger) y una tortuga minúscula, recién salida del huevo, que no había<br />

podido resistir el frío del invierno. Las paredes estaban somera pero elegantemente decoradas con<br />

una lasca de pizarra que mostraba los restos fosilizados de un pez, una fotografía del que suscribe<br />

estrechándole la mano a un chimpancé, y un murciélago disecado. Yo mismo había preparado el<br />

murciélago sin ayuda de nadie, y estaba muy orgulloso del resultado. Teniendo en cuenta mis<br />

escasos conocimientos de taxidermia, se parecía extraordinariamente, pensaba yo, a un murciélago,<br />

sobre todo mirándolo desde el otro extremo de la habitación. Sujeto a la pared por un recuadro de<br />

corcho, se proyectaba en el aire con las alas abiertas y gesto amenazador. Pero al llegar el buen<br />

tiempo pareció resentirse del calor: se enmustió un tanto, se le deslució la piel, y un olor nuevo y<br />

misterioso vino a sumarse a los del éter y el alcohol. Equivocadamente se acusó en un principio al<br />

pobre Roger y sólo más tarde, cuando ya el olor llegaba hasta la habitación de Larry, una<br />

investigación exhaustiva reveló que partía del murciélago, cosa que me sorprendió y molestó no<br />

poco. Bajo coacción me vi obligado a deshacerme de él. Peter explicó que no estaba bien curado y<br />

me dijo que si me procuraba otro ejemplar me enseñaría el procedimiento correcto. Se lo agradecí<br />

profusamente, pero sugerí que mantuviéramos el asunto en secreto, porque me parecía que la<br />

<strong>familia</strong> no miraba ya con buenos ojos el arte de la taxidermia, y que harían falta grandes dosis de<br />

machacona persuasión para reconvertirles a una actitud favorable.<br />

En vano derroché esfuerzos por conseguir un segundo murciélago. Armado de una larga caña les<br />

aceché horas y horas en los corredores bañados de luna entre los olivos, pero los murciélagos se<br />

deslizaban como mercurio y desaparecían antes de que pudiese usar mi arma. Sin embargo,

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