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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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que la distancia nos impidió a todos seguir oyendo y saboreando los insultos de la parte contraria.<br />

Atajando por los tres primeros campos me detuve un momento en la parcela de Taki para probar<br />

sus uvas. Él no estaba, pero yo sabía que no le importaría. Las uvas eran de las pequeñas y<br />

redondas, de un gusto dulce y almizclado. Al apretarlas se disparaba a la boca todo el contenido,<br />

blando y sin pipas, dejando en los dedos el hollejo fláccido. Entre los perros y yo nos comimos<br />

cuatro racimos, y yo eché <strong>otros</strong> dos a la bolsa para futuras consultas, tras de lo cual fuimos<br />

bordeando el canal hasta la rampa favorita de Old Plop. Ya próximos a ese punto, iba a alertar a los<br />

perros sobre la necesidad de silencio absoluto cuando un gran lagarto verde salió como un rayo del<br />

maizal. Los perros, ladrando ferozmente, galoparon en su persecución. Cuando llegué a la rampa de<br />

Old Plop, no había más que una serie de ondas concéntricas sobre el agua para indicarme que había<br />

estado allí. Me senté a esperar el regreso de los perros, pasando revista mentalmente a los<br />

suculentos insultos con que pensaba bombardearlos. Pero, con gran sorpresa por mi parte, no<br />

volvieron. Sus gruñidos se perdieron en la distancia, hubo una pausa de silencio, y después se<br />

pusieron a ladrar a coro, con ladridos monótonos y regularmente espaciados que significaban que<br />

habían encontrado algo. Preguntándome de qué se trataría, corrí tras ellos. Estaban reunidos en<br />

semicírculo alrededor de una mata de hierba al borde del agua, y salieron a mi encuentro dando<br />

saltos, sacudiendo el rabo y ladrando de emoción, Roger alzando el labio superior con sonrisa de<br />

contento al verme venir a examinar su hallazgo. Al principio no distinguía qué era lo que les<br />

emocionaba tanto, entonces se movió lo que hasta ese momento había tomado por una raíz, y me<br />

encontré frente a un par de gruesas y pardas culebras de agua, que apasionadamente entrelazadas<br />

sobre la hierba me contemplaban con mirada gris e impersonal desde sus cabezas triangulares. Era<br />

un hallazgo sensacional, que casi me compensaba por la pérdida de Old Plop. Hacía mucho tiempo<br />

que quería atrapar una de aquellas culebras, pero eran nadadoras tan hábiles y veloces que jamás<br />

había logrado acercarme lo bastante para echarles mano. Y he aquí que los perros habían dado con<br />

esta magnífica pareja, tendida al sol, casi podría decirse que en bandeja.<br />

Los perros, una vez cumplida su misión de encontrar aquellos <strong>animales</strong> y conducirme a ellos, se<br />

retiraron a una distancia prudente (porque no se fiaban de los reptiles) y se sentaron a mirarme con<br />

atención. Muy despacio, di vuelta al cazamariposas para poder destornillar el mango; hecho esto,<br />

disponía de un palo con que efectuar la caza, pero el problema era: ¿cómo atrapar dos culebras con<br />

un solo palo? <strong>Mi</strong>entras lo estaba meditando, una de ellas lo resolvió por mí, porque<br />

desenroscándose apresuradamente se tiró al agua con la limpieza de un cuchillo. Creyendo haberla<br />

perdido contemplé irritado cómo su longitud sinuosa se fundía con el reflejo del agua. Pero cuál no<br />

sería mi satisfacción al ver que una columna de lodo subía despacio por el agua y se abría como una<br />

rosa al llegar a la superficie; el reptil se había enterrado en el fondo, y permanecería allí hasta que<br />

creyese que yo me había marchado. Volviendo mi atención a su compañera, la sujeté contra la<br />

hierba con el palo; ella se enroscó en un nudo complicado, y abriendo la boca color de rosa me<br />

silbó. Yo la agarré firmemente por el cuello entre índice y pulgar, dejándola inmovilizada mientras<br />

le acariciaba el bello vientre blanco y el dorso pardo donde las escamas sobresalían levemente como<br />

en la superficie de una pina. La deposité con cuidado en el cesto y me dispuse a capturar a la otra.<br />

Asomándome a la orilla un poco más allá metí el mango del cazamariposas en el canal para calcular<br />

la distancia al fondo, y descubrí que había medio metro de agua sobre un metro de cieno blando y<br />

movedizo. Como el agua era opaca y la culebra estaba enterrada en el fango, me pareció que el<br />

procedimiento más sencillo sería el de ir tanteando con los pies (como hacía para buscar<br />

berberechos) y, una vez localizada, arrojarme sobre ella rápidamente.<br />

Me quité las sandalias y me introduje en el agua templada, sintiendo cómo el cieno líquido me<br />

corría entre los dedos de los pies y piernas arriba, suave como la seda. Dos nubarrones negros se<br />

abrieron a la altura de mis muslos y se alejaron flotando. Me aproximé al punto donde yacía oculta<br />

mi presa, moviendo los pies con mucho tiento bajo la cortina móvil de cieno. De repente sentí<br />

deslizarse el cuerpo bajo mi pie, y zambullí los brazos hasta el codo. Pero no agarré más que cieno,<br />

que rezumándome entre los dedos se deshizo en nubes revueltas a cámara lenta. Empezaba a<br />

maldecir mi mala suerte cuando la culebra saltó a la superficie a un metro de mí y se puso a nadar

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