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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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—Estate quieto. No te hará nada —le aconsejó Leslie.<br />

—Sí, claro, tú tan tranquilo, ¡con ponerte detrás de mí! Gerry, sujeta a ese bicho inmediatamente,<br />

antes de que haga algo irreparable.<br />

—No grites así, querido; lo vas a asustar.<br />

—¡Hombre, eso está bien! ¡Con una especie de Ave Roc aleteando por el suelo y atacando a todo<br />

el mundo, y encima me dices que no la asuste!<br />

Yo conseguí acercarme a Alecko por detrás y echarle mano; en medio de sus protestas<br />

ensordecedoras, le quité el pañuelo del pico. Cuando volví a soltarlo se estremeció indignado y<br />

chascó el pico dos o tres veces con un ruido como el restallido de un látigo.<br />

—¡Escuchad! —exclamó Larry— ¡Está rechinando los dientes!<br />

—Las gaviotas no tienen dientes —observó Leslie.<br />

—Pues será otra cosa, pero está rechinando algo. ¿Supongo que no le dejarás que se lo quede,<br />

Mamá? Eso es una bestia peligrosa, no hay más que verlo: fíjate cómo mira. Además, trae mala<br />

suerte.<br />

—¿Por qué? —preguntó Mamá, a quien le interesaban profundamente todas las supersticiones.<br />

—Es cosa bien sabida. Basta con tener unas plumas en la casa para que todo el mundo coja la<br />

peste, o se vuelva loco, o algo así.<br />

—Tú te confundes con los pavos reales, querido.<br />

—No, no, te digo que son los albatros. Es bien sabido.<br />

—No, querido, son los pavos reales los que traen mala suerte.<br />

—Bueno, como quieras, pero no podemos tener esto en casa. Sería una verdadera locura. <strong>Mi</strong>ra lo<br />

que le pasó al Antiguo Marinero 10 . Tendremos que dormir todos con una ballesta debajo de la<br />

almohada.<br />

—Verdaderamente, Larry, qué afán tienes de complicar las cosas —dijo Mamá—. A mí me parece<br />

un animal muy mansito.<br />

—Ya verás cuando te despiertes una mañana y te encuentres con que te ha sacado los ojos.<br />

—Qué tonterías dices, hijo. Tiene un aspecto de lo más inofensivo.<br />

En ese momento, Dodo, que siempre tardaba un ratito en comprender por dónde iba el rápido fluir<br />

de los acontecimientos, reparó en Alecko por primera vez. Respirando pesadamente y con los ojos<br />

desorbitados de interés, se acercó a olerlo. Alecko le disparó un picotazo, y si Dodo no hubiera<br />

vuelto la cabeza en el momento justo —atendiendo a mi grito de alarma—, habría perdido<br />

limpiamente el hocico; pero no sufrió más que un golpe oblicuo a un lado de la cabeza, que le<br />

sorprendió tanto que se le salió la pata de su sitio.<br />

Echó atrás la cabeza y soltó un alarido penetrante. Alecko, pensando al parecer que se trataba de<br />

una especie de concurso vocal, empeñó todas sus energías en berrear más alto que Dodo, batiendo<br />

las alas con tal vigor que apagó la lámpara más próxima.<br />

—¡Ahí tienes! —dijo Larry triunfante—. ¿Qué te he dicho? No lleva aún cinco minutos en la casa<br />

y ya nos mata a la perra.<br />

Los masajes de Mamá y Margo acallaron a Dodo, y Alecko se sentó a contemplar la operación<br />

con interés. Chascó enérgicamente el pico, como asombrado de la fragilidad de los cánidos; decoró<br />

pródigamente el suelo y meneó la cola con el contoneo de quien ha hecho algo muy agudo.<br />

—¡Qué bonito! —dijo Larry—. Ahora se supone que tendremos que vadear por la casa metidos en<br />

guano hasta la cintura.

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