Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A
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—No, no —le corrigió Teodoro; es una especie de gaviota me parece.<br />
—¡Que nadie se mueva... quietos todos, si no quieren que les rebane una pierna por la rodilla! —<br />
informó Larry a la concurrencia.<br />
Como afirmación destinada a contener la alarma, aquélla dejaba mucho que desear. Todo el<br />
mundo se puso en pie como un solo hombre y evacuó la mesa.<br />
Desde debajo del mantel, Alecko lanzó un graznido largo y amenazador: si de disgusto por perder<br />
a sus víctimas o de protesta por el barullo, es cuestión difícil de dilucidar.<br />
—¡Gerry, agarra inmediatamente a ese pájaro! —ordenó Larry desde una prudente distancia.<br />
—Sí, querido —asintió Mamá—. Será mejor que te lo lleves a su jaula. No se puede quedar ahí.<br />
Levanté cuidadosamente el borde del mantel, y Alecko, cómodamente sentado debajo de la mesa,<br />
me miró furibundo con sus ojos amarillos. Alargué una mano hacia él, y alzó las alas al tiempo que<br />
chascaba el pico con ferocidad. Evidentemente, no estaba para bromas. Cogí una servilleta y<br />
comencé la lenta maniobra de llevársela al pico.<br />
—¿Necesitas ayuda, hijito? —preguntó Kralefsky, sin duda por pensar que su reputación de<br />
ornitólogo le exigía ofrecerse en estos trances.<br />
Con evidente alivio por su parte, rechacé su colaboración, explicando que Alecko estaba de mal<br />
humor y se tardaría un ratito en atraparlo.<br />
—Pues haz el favor de darte prisa; se nos está enfriando la sopa —gruñó Larry irritado—. ¿No<br />
puedes tentarle con algo? ¿Qué comen esos monstruos?<br />
—A todas las gaviotas les encanta el gaviar —observó Teodoro rebosante de satisfacción 12 .<br />
—¡Teodoro, por favor! —protestó Larry con gesto dolorido—. ¡Una crisis no es el momento más<br />
oportuno para hacer chistes!<br />
—¡Caramba! ¡Qué aspecto tan feroz! —dijo Kralefsky contemplando mi combate con Alecko.<br />
—Probablemente tendrá hambre —dijo Teodoro radiante—, y al ver que nos sentábamos a la<br />
mesa sin él no ha podido por menos de sentirse agraviado.<br />
—¡Teodoro!<br />
Por fin logré agarrar a Alecko por el pico y sacarle chillando y aleteando de debajo de la mesa. A<br />
costa de enormes sudores, le até las alas y me lo llevé a su jaula. Allí se quedó, lanzándome insultos<br />
y amenazas, mientras yo volvía a reanudar mi almuerzo interrumpido.<br />
—Recuerdo que a un amigo mío muy querido le molestó una vez una gaviota grande —comentó<br />
Kralefsky, transportándose al pasado mientras sorbía la sopa.<br />
—¿De veras? —dijo Larry—. No sabía yo que fueran aves tan depravadas 13 .<br />
—Él iba paseando por los acantilados con una dama —prosiguió Kralefsky sin oír a Larry—,<br />
cuando el ave se arrojó sobre ellos para atacarlos. <strong>Mi</strong> amigo contaba que tuvo grandes dificultades<br />
para espantarla con el paraguas. Una experiencia nada envidiable, ¿verdad?<br />
—¡Extraordinario! —dijo Larry.<br />
—Lo que debería haber hecho —señaló gravemente Teodoro— es apuntar el paraguas hacia ella y<br />
gritarle: «Atrás o disparo».<br />
—¿Para qué? —preguntó Kralefsky estupefacto. —La gaviota se lo habría creído y habría salido<br />
huyendo aterrorizada —explicó Teodoro con sencillez.<br />
—Pero no acabo de comprender... —empezó Kralefsky, frunciendo el entrecejo.<br />
—Es fácil: ¿no ve que son unas criaturas terriblemente crédulas? —dijo Teodoro triunfante.