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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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gorgoteaban musicalmente en los canalones. Los torrentes de las alturas montañosas de Albania<br />

crecían, y cual feroces colmillos blancos corrían a despeñarse al mar, destrozaban sus cauces,<br />

arrastraban el detrito estival de ramas, troncos, terrones de hierba y otras cosas y lo vomitaban en la<br />

bahía hasta surcar el azul oscuro de las aguas de retorcidas vetas de lodo y restos flotantes. Poco a<br />

poco iban abriéndose esas vetas, y el color del mar pasaba del azul al pardo amarillento; entonces el<br />

viento rasgaba la superficie apilando las aguas en olas voluminosas, como enormes leones rubios de<br />

blanca melena que saltaban a abalanzarse sobre la orilla.<br />

Era ésta la época de caza: en el continente el gran lago de Butrinto se ceñía de un festón de<br />

escarchas, y bandadas de patos salvajes moteaban su superficie. Por los parduscos montes que la<br />

lluvia había humedecido y ablandado, las liebres, los corzos y los jabalíes se juntaban en la espesura<br />

para revolver y hozar el suelo helado, desenterrando bulbos y raíces. Las ciénagas y charcas de la<br />

isla tenían sus bandadas de agachadizas que hincaban en la tierra suelta sus largos picos, esperando<br />

el paso del hombre para alzar el vuelo como flechas. En el arrayán de los olivares se agazapaban las<br />

gordas y desgarbadas chochas, que al asustarse escapaban a saltos con ruidoso batir de alas, como<br />

paquetes de hojas arrastradas por el viento.<br />

Leslie, naturalmente, estaba en su elemento en aquella época del año. Cada quince días iba de<br />

cacería al continente con una pandilla de colegas entusiastas, para regresar cargado con algún<br />

enorme jabalí de pelos erizados, liebres ensangrentadas y grandes cestos rebosantes de tornasolados<br />

patos muertos. Sucio, sin afeitar, apestando a aceite de engrasar y a sangre, nos refería todos los<br />

pormenores de la caza: con mirada encendida circulaba por la habitación para mostrarnos dónde y<br />

cómo estaba él, dónde y cómo había salido el jabalí, el ruido del disparo y el salto con que el animal<br />

había huido al brezo. Lo describía con tal viveza que nos parecía estar presentes en la escena.<br />

Primero era el jabalí olfateando al viento, revolviéndose inquieto en el matorral, que con ojo avizor<br />

bajo sus cejas hirsutas escuchaba los pasos de los ojeadores y los perros; luego era uno de los<br />

ojeadores moviéndose cauteloso entre los altos arbustos, mirando a un lado y a otro y emitiendo el<br />

extraño grito gutural que haría salir la caza; después, mientras el jabalí salía al raso y corría<br />

gruñendo monte abajo, él se encaraba el rifle imaginario y disparaba, el arma coceaba con el mayor<br />

realismo, y en una esquina de la habitación el jabalí daba un salto y rodaba muerto.<br />

Mamá no prestó demasiada atención a las monterías de Leslie hasta el día en que trajo su primer<br />

jabalí. Luego de contemplar el musculoso corpachón y los colmillos puntiagudos que elevaban el<br />

labio superior con gesto de ferocidad, exhaló una exclamación ahogada.<br />

—¡Cielo santo! No creía yo que fueran tan grandes —dijo—. Espero que tendrás cuidado,<br />

querido.<br />

—No hay por qué preocuparse —repuso Leslie—, a menos que te salga al lado; en ese caso es un<br />

poco comprometido, porque si fallas te pasa por encima.<br />

—Es muy peligroso —dijo Mamá—. No creía yo que fueran tan grandes... una bestia de éstas te<br />

puede fácilmente dejar lisiado o hasta matarte, hijo.<br />

—No, qué va, Mamá; es una cosa de absoluta seguridad a menos que te salga literalmente al lado.<br />

—Yo no le veo el peligro ni siquiera en ese caso —dijo Larry.<br />

—¿Por qué no? —preguntó Leslie.<br />

—Pues porque si carga contra ti, y tú fallas el tiro, con saltarle por encima está todo arreglado.<br />

—No digas estupideces —dijo Leslie desdeñosamente—. Cada uno de estos condenados mide<br />

casi un metro en la cruz, y son rápidos como demonios. No da tiempo de saltárselos.<br />

—No sé por qué —insistió Larry—; al fin y al cabo, no tendría mayor dificultad que la de saltarse<br />

una silla. De todos modos, si no te lo puedes saltar limpiamente siempre podrás saltártelo a pídola.<br />

—No seas absurdo, Larry; tú no has visto moverse a esos bichos. Es imposible saltárselos, a<br />

pídola o como sea.

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