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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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—Bueno... eh... si de veras... —balbuceaba Teodoro, desalojando la silla con presteza—. Yo...<br />

eh... lo encuentro un espectáculo muy grato... si de veras no es molestia...<br />

Ya estaba encima el ruido de los motores; no había un segundo que perder.<br />

—A mí siempre... eh... saben... me ha gustado...<br />

—Corra Teo, que se lo va a perder —decíamos todos a coro.<br />

La <strong>familia</strong> entera se levantaba de la mesa y, alcanzando a Teodoro en route, subíamos a la carrera<br />

los cuatro tramos de escalones, con Roger en cabeza ladrando alegremente. Riendo irrumpíamos sin<br />

aliento en el ático, aporreando con nuestras pisadas como metralla las tablas desnudas; abríamos las<br />

ventanas y nos asomábamos a otear por encima de los olivos hasta donde el mar yacía como un<br />

redondo ojo azul entre los árboles, lisa como la miel su superficie. El avión, cual torpe y corpulento<br />

ganso, sobrevolaba los olivares descendiendo gradualmente. Lentamente seguía perdiendo altura.<br />

Teodoro, con la vista forzada y erizada la barba, lo contemplaba en trance. El avión tocaba el agua<br />

con suavidad, dejaba un pétalo creciente de espuma, seguía volando, se posaba sobre la superficie y<br />

cruzaba la bahía, sembrando una blanca estela a su paso. Según se detenía por completo, Teodoro se<br />

rascaba la barba con el pulgar y se metía otra vez en el ático.<br />

—Hum... sí —decía, sacudiéndose las manos—, ciertamente, es un... eh... espectáculo muy<br />

agradable.<br />

Y ya estaba. Habría que aguardar una semana hasta el siguiente avión. Cerrábamos las ventanas y<br />

bajábamos en tropel a reanudar nuestro interrumpido té. A los siete días ocurriría todo exactamente<br />

igual, punto por punto.<br />

El jueves era cuando Teodoro y yo paseábamos juntos, limitándonos unas veces a la finca,<br />

saliendo a campo abierto otras. Cargados de redes y cajitas íbamos serpenteando entre los olivos<br />

precedidos por Roger, que trotaba sin despegar el hocico del suelo. Todo lo que encontrábamos:<br />

flores, insectos, rocas o aves, era aprovechable. Teodoro poseía un pozo de sabiduría aparentemente<br />

inextinguible sobre cualquier tema, pero la impartía con tan delicada modestia que, más que la de<br />

estar aprendiendo algo nuevo, le daba a uno la impresión de recordar algo ya sabido y olvidado. Su<br />

conversación estaba salpicada de divertidas anécdotas, juegos de palabras increíblemente malos y<br />

chistes aún peores que contaba con enorme regocijo, los ojos brillantes, arrugada la nariz mientras<br />

en silencio se reía para su barba, de sí mismo tanto como de su humor.<br />

Cualquier charca o zanja llena de agua era para nos<strong>otros</strong> una jungla fecunda e inexplorada, con los<br />

diminutos cíclopes y pulgas de agua, verdes y color coral, suspendidos como aves entre el ramaje<br />

subacuático, mientras por el fondo fangoso merodeaban los tigres de la charca: las sanguijuelas, las<br />

larvas de libélula. Había que escudriñar minuciosamente todo árbol hueco por ver si contenía un<br />

charquito de agua habitado por larvas de mosquito, voltear toda piedra recubierta de musgo por<br />

saber qué había debajo, y diseccionar todo tronco podrido. Erguida su figura impecable al borde de<br />

una charca, Teodoro pasaba suavemente la manga por el agua, la sacaba e inspeccionaba con<br />

atención el frasquito de vidrio que colgaba de la punta y al que había ido a parar toda la minúscula<br />

fauna acuática.<br />

—¡Aja! —decía quizá entonces, con emoción que le empañaba la voz y erizaba la barba—. Me<br />

parece que tenemos aquí una ceriodaphnia laticaudata.<br />

Sacaba la lupa del bolsillo del chaleco y lo observaba mejor.<br />

—Ah, hum... sí... muy curioso... es la laticaudata. Me hace el favor... eh... de darme un tubo de<br />

ensayo limpio... hum... gracias...<br />

Extraía la diminuta criatura del frasquito por succión, mediante un cuentagotas; la colocaba con<br />

cuidado en el tubo y pasaba a examinar el resto de la redada.<br />

—No parece haber nada más de particular interés... Ah, sí, no me había dado cuenta... hay una<br />

larva de frigánea bastante curiosa... ahí, ¿la ve?... por lo visto ha hecho su estuche con conchas de

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