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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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Apenas podía dar crédito a mis oídos. Que alguien que poseyera una criatura tan maravillosa<br />

estuviera dispuesto a regalarla así como así era una cosa increíble. ¿Es que no lo quería?, pregunté.<br />

—Sí que le aprecio —dijo el hombre mirándolo con aire meditabundo—, pero come más de lo<br />

que yo puedo pescarle, y es tan malo que muerde a todo el mundo; ninguno de los demás presos ni<br />

de los guardianes le quiere. He intentado soltarle, pero no se va... siempre vuelve. Pensaba<br />

llevármelo a Albania un fin de semana y dejarle allí. Así que, si estás seguro de quererlo, puedes<br />

quedarte con él.<br />

¿Seguro de quererlo? Era como si me ofrecieran un ángel. Un ángel de aspecto ligeramente<br />

sardónico, desde luego, pero de alas magníficas. Con la emoción, ni me paré a pensar cómo<br />

acogería la <strong>familia</strong> la llegada de un animal del tamaño de una oca y un pico como unas tenazas. Por<br />

si acaso el hombre cambiaba de opinión, me quité la ropa velozmente, le sacudí todo el barro que<br />

pude y me di un chapuzón rápido en la orilla. Me vestí otra vez, llamé a los perros y me dispuse a<br />

llevarme a casa mi tesoro. El hombre desató la cuerda, levantó el gavión y me lo dio; yo me lo eché<br />

debajo del brazo, asombrado de que un ave tan enorme pudiera pesar tan poco. Le agradecí<br />

calurosamente al hombre su maravilloso regalo.<br />

—Se sabe su nombre —observó, cogiendo el pico del gavión entre los dedos y tirando de él<br />

suavemente—. Yo le llamo Alecko. Cuando le llames, vendrá.<br />

Al oír su nombre, Alecko pataleó vivamente y me miró a la cara con interrogantes ojos amarillos.<br />

—Necesitarás pescado para darle —señaló el hombre—. Yo mañana saldré con la barca a eso de<br />

las ocho. Si te apetece venir, podemos conseguirle un buen montón de comida.<br />

Respondí que me parecía excelente idea, y Alecko dio un berrido de complacencia. El hombre se<br />

inclinó sobre la proa de la barca para sacarla del agua, y en ese momento me acordé de una cosa.<br />

Adoptando la mayor naturalidad posible, le pregunté cómo se llamaba y por qué estaba preso. Él me<br />

dirigió una sonrisa muy simpática por encima del hombro.<br />

—Me llamo Kosti —dijo—, Kosti Panopoulos. Maté a mi mujer.<br />

Se inclinó contra la proa y dio un empujón; la embarcación se deslizó con un murmullo hasta el<br />

agua, y allí las olas diminutas saltaron a lamerle la proa como cachorros contentos. Kosti subió a<br />

bordo y empuñó los remos.<br />

—¡Salud! —gritó—. ¡Hasta mañana!<br />

Chirriaron musicalmente los remos y la barca surcó veloz el agua clara. Yo di media vuelta, con<br />

mi ave prodigiosa debajo del brazo, y eché a andar por la arena hacia los Campos de Ajedrez.<br />

Tardé bastante en llegar a casa. Sin duda había calculado mal el peso de Alecko, porque con cada<br />

paso que dábamos parecía hacerse más pesado. Era un peso muerto que se me iba escurriendo poco<br />

a poco, hasta que otra vez tiraba de él hacia arriba, cosa que le hacía protestar con enérgico<br />

graznido. Habíamos atravesado ya la mitad de los campos cuando vi una oportuna higuera que<br />

prometía surtirnos de sombra y sustento, y decidí hacer allí un alto. <strong>Mi</strong>entras yo zampaba higos<br />

tendido sobre la hierba, Alecko estuvo sentado y quieto como un poste, mirando a los perros sin<br />

pestañear. Su único indicio de vida eran las pupilas, que expandía y contraía con nerviosismo cada<br />

vez que se movía alguno de los perros.<br />

Al rato, descansado y fresco, sugerí a mi pandilla que emprendiéramos la última etapa del viaje;<br />

los perros se levantaron dócilmente, pero Alecko erizó las plumas con crujido de hojas secas y se<br />

estremeció de pies a cabeza ante la idea. No le debía de parecer nada bien eso de que yo le acarreara<br />

debajo del brazo como un petate, arrugándole las plumas. Ahora que me había persuadido de<br />

depositarle en lugar tan grato, no tenía la menor intención de proseguir un viaje en su opinión<br />

molesto e innecesario. Cuando me agaché a cogerle, chascó el pico, emitió un grito bronco y<br />

estentóreo y alzó las alas sobre el lomo con la postura que suelen adoptar los ángeles de los<br />

panteones. Me miró furibundo. ¿Por qué, parecía significar aquella mirada, por qué abandonar aquel

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