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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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él, de que me enviaran a Inglaterra, Suiza o algún otro lugar por el estilo para completar mi<br />

educación. Yo combatí desesperado semejante idea; dije que prefería estar semieducado; siendo<br />

ignorante, todas las cosas le sorprendían a uno mucho más. Pero Mamá se mostró inflexible.<br />

Volveríamos a Inglaterra, estaríamos allí cosa de un mes para consolidar nuestra posición (dicho en<br />

otras palabras, para discutir con el banco), y luego se decidiría dónde habían de continuar mis<br />

estudios. Para sofocar los airados brotes de rebelión <strong>familia</strong>r, nos dijo que no debíamos considerarlo<br />

otra cosa que unas vacaciones, un viaje de placer. Pronto estaríamos de vuelta en Corfú.<br />

De modo que llenamos nuestras cajas, maletas y baúles, hicimos jaulas para las aves y los<br />

galápagos, y los perros adquirieron un aspecto incómodo y algo culpable con sus collares nuevos.<br />

Dados los últimos paseos entre los olivos e intercambiados los últimos adioses llorosos con nuestros<br />

muchos amigos del campo, la procesión de coches atiborrados de nuestras pertenencias emprendió<br />

su lenta marcha camino abajo, pareciendo más bien, según palabras de Larry, el cortejo fúnebre de<br />

un trapero de postín.<br />

Pasamos todos los bártulos al puesto de aduana, y Mamá se quedó junto a ellos dando vueltas a un<br />

enorme manojo de llaves. Afuera, bajo el sol brillante, el resto de la <strong>familia</strong> charlaba con Teodoro y<br />

Kralefsky, que habían venido a despedirnos. Hizo su aparición el aduanero, y palideció un tanto a la<br />

vista de nuestra montaña de equipaje, coronada por una jaula desde la cual las Gurracas oteaban<br />

aviesamente. Mamá sonrió con nerviosismo y sacudió las llaves, con aspecto más culpable que el de<br />

un contrabandista de diamantes. El aduanero los contempló a ella y al equipaje, se apretó el cinturón<br />

y arrugó el ceño.<br />

—¿Zuio todo? —preguntó, para estar bien seguro.<br />

—Sí, sí, es mío todo —trinó Mamá, interpretando un solo rápido con sus llaves—. ¿Quiere usted<br />

que le abra alguna cosa?<br />

El aduanero se paró a pensarlo, frunciendo los labios con gesto meditabundo.<br />

—¿Zeva algo de zopa nueá?—preguntó.<br />

—¿Cómo dice?—dijo Mamá.<br />

—¿Zeva algo de zopa nueá?<br />

Mamá buscó a Spiro con la mirada.<br />

—Perdone. No comprendo...<br />

—¿Zeva algo de zopa nueá... zopa nueá?<br />

Mamá sonrió con dulzura desesperada.<br />

—Perdone, pero no le...<br />

El aduanero le clavó una mirada furibunda.<br />

—Madame —dijo truculentamente, inclinándose sobre el mostrador—, ¿jabla uzté inglés?<br />

—Oh, sí —exclamó Mamá, encantada de haberle entendido—, sí, un poco.<br />

La llegada oportunísima de Spiro la salvó de la cólera del hombre. Entró a la carrera, sudando<br />

abundantemente, tranquilizó a Mamá, calmó al aduanero, explicó que hacía años que no<br />

comprábamos ropa nueva, y en un abrir y cerrar de ojos hizo sacar al muelle todo el equipaje.<br />

Seguidamente le quitó la tiza al aduanero y marcó él mismo todos los bultos, para que no hubiera<br />

confusión posible.<br />

—Bueno, no les diré adiós sino au revoir —murmuró Teodoro, estrechando la mano de cada uno<br />

con precisión—. Espero que pronto les tengamos de nuevo con nos<strong>otros</strong>... hum... muy pronto.<br />

—Adiós, adiós —gorjeó Kralefsky, bamboleándose de unos a <strong>otros</strong>— ¡Caramba, esperaremos<br />

impacientes su regreso! Y pásenlo bien, aprovechen al máximo su estancia en la querida Inglaterra.

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