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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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embarcación de cabeza. Pero desdichadamente Larry no contó con un factor importante: el remolino<br />

producido por el paso de la Vaca marina. La ola se curvaba como un muro de vidrio azul desde su<br />

proa y alcanzaba su mayor altura justamente al chocar contra el ancho costado del Bootle—<br />

Bumtrinket, elevándolo en el aire y dejándolo caer de golpe. Hubo de transcurrir bastante tiempo<br />

antes de que advirtiéramos el efecto del remolino, porque el ruido del motor ahogaba los frenéticos<br />

gritos de auxilio de Mamá. Cuando por fin detuvimos la marcha y dejamos que el Bootle—<br />

Bumtrinket se nos aproximara, fue para hallar mareados no sólo a Teodoro y a Dodo, sino también a<br />

todos los demás, incluido un marino tan curtido y experto como Roger. Tuvimos que subirlos a la<br />

Vaca marina y tenderlos en fila, yendo Spiro, Larry, Margo y yo a ocupar sus puestos a bordo del<br />

Bootle—Bumtrinket. Ya a poca distancia de Antiniotissa todo el mundo se sentía mejor a excepción<br />

de Teodoro, que todavía se apretaba lo más posible contra el costado del bote, con la vista fija en<br />

sus botas y contestando a nuestras preguntas con monosílabos. Bordeamos el último promontorio de<br />

rocas doradas y rojas, apiladas en estratos sinuosos como montones de periódicos gigantescos y<br />

fosilizados, o como los restos enmohecidos de la biblioteca de un coloso, y la Vaca marina y el<br />

Bootle—Bumtrinket surcaron la ancha bahía azul que se extendía a la boca del lago. La curva de<br />

arena color perla ascendía hasta las dunas cubiertas de lirios, mil flores blancas que al sol relucían<br />

como una multitud de trompetas de marfil, elevando los labios para exhalar, en lugar de música, una<br />

fragancia densa que era como la esencia destilada del verano, un dulzor cálido que invitaba a<br />

respirar hondo una y otra vez por retenerlo. El motor se apagó con una última trepidación que<br />

resonó brevemente en las rocas, ambas embarcaciones enfilaron la orilla en silencio, y el aroma de<br />

los lirios cruzó el agua para darnos la bienvenida.<br />

Una vez llevadas las cosas a tierra e instaladas sobre la arena, cada uno se dedicó a lo suyo. Larry<br />

y Margo se tumbaron a dormitar en el agua baja, mecidos débilmente por las olas. Mamá, armada<br />

de desplantador y cesta, se llevó a su cortejo de paseo. Spiro, que sin más ropa que sus calzoncillos<br />

parecía un peludo y cetrino hombre prehistórico, se metió hasta la rodilla en el canal de<br />

desembocadura y escudriñando con gesto feroz las aguas transparentes perseguía con un tridente los<br />

bancos de peces que le pasaban entre las piernas. Teodoro y yo echamos a suertes con Leslie qué<br />

lado del lago nos correspondía, y hecho esto partimos en direcciones opuestas. La señal que<br />

marcaba el límite entre ambas mitades de la ribera era un olivo grande y particularmente<br />

contrahecho. Al llegar allí volveríamos sobre nuestros pasos, y Leslie haría lo mismo en su orilla.<br />

Así se eliminaba la posibilidad de que nos pegase un tiro por error, cosa que bien podía ocurrir en el<br />

laberinto de aquellos tupidos cañaverales. <strong>Mi</strong>entras Teodoro y yo vadeábamos las charcas y<br />

canalillos como un par de garzas entusiastas, Leslie exploraba a grandes zancadas la maleza del otro<br />

lado del lago, y una detonación nos indicaba de vez en cuando su paradero.<br />

Llegada la hora del almuerzo nos reunimos hambrientos en la playa, Leslie con el zurrón bien<br />

lleno de liebres ensangrentadas, perdices y codornices, agachadizas y palomas torcaces; Teodoro y<br />

yo con nuestros tubos de ensayo cargados de <strong>animales</strong> diminutos. Encendimos una hoguera,<br />

amontonamos la comida en las esteras y rescatamos el vino de la orilla, donde se había dejado a<br />

refrescar. Larry tiró de su esquina de estera hasta la duna para poder tumbarse a lo largo entre las<br />

blancas trompetas de los lirios. Teodoro, sentado con gran corrección, masticaba lenta y<br />

metódicamente la comida entre oscilaciones de su barba. Margo, elegantemente tendida al sol,<br />

picoteaba con delicadeza en un montón de fruta. Mamá y Dodo se instalaron al pie de una gran<br />

sombrilla. Leslie, sentado en cuclillas en la arena con la escopeta sobre las piernas, se llevaba a la<br />

boca un trozo de carne fiambre con una mano mientras con la otra acariciaba, pensativo, los<br />

cañones del arma. A unos pasos, Spiro se agachaba junto a la hoguera, con el sudor que le corría por<br />

el fruncido rostro cayéndole en gotas relucientes a la mata de pelo negro de su pecho, mientras<br />

giraba sobre las llamas un asador de olivo improvisado con siete gruesas agachadizas.<br />

—¡Qué sitio tan paradisíaco! —farfulló Larry con la boca llena de comida y reclinándose<br />

lánguidamente entre las flores—. Me siento como si me lo hubieran hecho a la medida. Me gustaría<br />

estarme aquí toda la vida, rodeado de dríadas desnudas y voluptuosas que me acercasen a la boca<br />

vinos y manjares. Al cabo del tiempo, por supuesto, pasados varios siglos, resultaría que al respirar

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