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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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Llevaba varias semanas trabajando con Kralefsky cuando descubrí que no vivía solo. En el<br />

transcurso de cada mañana había momentos en los que se detenía imprevistamente,<br />

en medio de una suma o de una retahíla de capitales de condado, y ladeaba la cabeza como<br />

escuchando.<br />

—Perdóname un momento —decía entonces—. Tengo que ir a ver a mi madre.<br />

Al principio aquello me dejaba perplejo, porque estaba convencido de que Kralefsky era<br />

demasiado mayor para tener viva a su madre. Tras mucho darle vueltas llegué a la conclusión de<br />

que no era sino su forma delicada de manifestar que tenía necesidad de ir al cuarto de baño, pues yo<br />

sabía que no todo el mundo compartía la naturalidad de mi <strong>familia</strong> al referirse a ese tema. Ni se me<br />

ocurrió pensar que, según esa hipótesis, Kralefsky visitaba el excusado con mayor frecuencia que<br />

ninguno de mis conocidos. Cierta mañana me había desayunado con una respetable cantidad de<br />

nísperos, y en plena lección de historia ejercieron sobre mí molestísimos efectos. En vista de que<br />

Kralefsky era tan melindroso en materia de cuartos de baño, decidí que habría que plantear mi<br />

situación con delicadeza, y me pareció que lo mejor sería adoptar su misma terminología.<br />

<strong>Mi</strong>rándole a los ojos le dije que me gustaría hacerle una visita a su madre.<br />

—¿A mi madre? —repitió atónito—. ¿Visitar a mi madre? ¿Ahora?<br />

Como yo no veía motivo de extrañeza, me limité a asentir.<br />

—Bueno —dijo un tanto indeciso—, estoy seguro de que le agradará mucho conocerte, claro,<br />

pero será mejor que me acerque antes a ver si es oportuno.<br />

Salió de la habitación, todavía ligeramente desconcertado, y regresó a los pocos minutos.<br />

—A mi madre le encantará verte —anunció—, pero dice que si no te importará encontrarla un<br />

poco desaliñada.<br />

Me pareció que hablar de un cuarto de baño como si fuera un ser humano era ya excesivo<br />

melindre, pero visto que Kralefsky tenía esa pequeña manía por el tema, mejor sería seguirle la<br />

corriente. Dije que no me importaba en absoluto que su madre estuviera hecha un desastre, porque<br />

la nuestra solía estarlo.<br />

—Ah... eh... sí, sí, es natural —murmuró, dirigiéndome una mirada algo inquieta. Me condujo por<br />

un pasillo, abrió una puerta y, para mi total sorpresa, me hizo pasar a una gran alcoba sombría. La<br />

habitación era un bosque de flores; por todas partes había jarrones, floreros y tiestos, y en cada uno<br />

un manojo de capullos que refulgían en aquella penumbra como piedras preciosas a lo largo de una<br />

cueva. Un extremo de la habitación estaba ocupado por una cama enorme, y en ella, recostada sobre<br />

un montón de almohadas, yacía una figura diminuta, no mucho mayor que un niño de corta edad. Al<br />

acercarme observé que debía de ser muy anciana, porque la piel de sus finas facciones,<br />

aterciopelada y blanda, aparecía recubierta de una trama de arrugas. Pero lo sorprendente era el<br />

cabello, que en espesa cascada le caía sobre los hombros para extenderse después hasta la mitad del<br />

lecho. Era del más profundo y bello color caoba imaginable, intenso y encendido como una llama:<br />

me recordaba las hojas del otoño y el brillante pelaje invernal del zorro.<br />

—Madre querida —susurró Kralefsky, cruzando la habitación y tomando asiento en una silla<br />

junto al lecho—, madre querida, está aquí Gerry que viene a verte.<br />

La figura diminuta abrió los pálidos y finos párpados y me miró con grandes ojos castaños, vivos<br />

e inteligentes como los de un pájaro. De las profundidades de su melena color caoba sacó una mano<br />

delgada y muy bella, cargada de anillos, y me la tendió sonriendo con gesto travieso.<br />

—Es para mí muy halagador que hayas querido verme —dijo con voz ronca y apagada—. Hoy en<br />

día, la mayoría de la gente se aburre con las personas de mi edad.<br />

Azorado, murmuré no sé qué, y los chispeantes ojos me miraron con agudeza; luego exhaló una<br />

risa aflautada de mirlo y dio con la mano en el lecho.

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