Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A
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alrededor de la popa. Al aproximarnos a ella le pregunté si era pescador, y de dónde.<br />
—Yo soy de aquí... de los montes —me contestó—; bueno, la casa la tengo aquí, pero ahora estoy<br />
en Vido.<br />
Su respuesta me dejó perplejo, porque Vido era una islita situada frente a la capital de Corfú, y<br />
que yo supiera no había en ella más que presos y sus guardianes, porque era el presidio local. Se lo<br />
señalé.<br />
—Cierto —asintió, agachándose al paso errabundo de Roger para darle unas palmaditas—, cierto.<br />
Yo soy un preso.<br />
Pensé que bromeaba y le lancé una mirada penetrante, pero su expresión era muy seria. Dije<br />
entonces que suponía que acababan de soltarle.<br />
—No, no, qué más quisiera —me dijo sonriendo—. Todavía me queda otro par de años. Pero es<br />
que soy un buen recluso, sabes. Soy de fiar, no doy nada de guerra. A los que somos así, de<br />
confianza, nos dejan hacernos una barca y pasar en casa los fines de semana, si no es muy lejos.<br />
Tengo que estar allí de vuelta a primera hora del lunes.<br />
Una vez explicado, desde luego el asunto era muy sencillo. Ni siquiera le encontré nada de raro.<br />
Yo sabía que en un penal inglés no le dejaban a uno ir a casa los fines de semana, pero estábamos en<br />
Corfú, y en Corfú todo era posible. Reventaba de curiosidad por saber cuál habría sido su delito, y<br />
ya tenía pensada la forma de interrogarle con delicadeza cuando llegamos a la barca, y en su interior<br />
vi algo que me hizo olvidarme de todo lo demás. En la popa, atado al asiento por una de sus patas<br />
amarillas, se acurrucaba un gavión inmenso, que me contempló con ojos también amarillos y<br />
despectivos. Me adelanté ansioso y alargué la mano hacia el ancho lomo negro.<br />
—¡Cuidado... mira lo que haces; es una fiera! —me dijo el hombre con urgencia.<br />
Su aviso llegaba tarde, porque ya había yo puesto la mano sobre el lomo del ave y acariciaba<br />
tiernamente su plumaje sedoso. El gavión se encogió, abrió un poco el pico y el iris negro de sus<br />
ojos se contrajo de sorpresa, pero mi audacia le había cogido tan desprevenido que no me hizo nada.<br />
—¡Spiridion! —exclamó asombrado el hombre—, debe ser que le has caído bien; no deja que<br />
nadie le toque sin soltarle un picotazo.<br />
Metí los dedos entre las tiesas plumas blancas del cuello, y al rascarle suavemente el gavión dejó<br />
caer la cabeza y puso unos ojos soñadores. Le pregunté al hombre dónde había conseguido capturar<br />
un ave tan magnífica.<br />
—Esta primavera fui a Albania para cazar alguna liebre, y lo encontré en un nido. Entonces era<br />
pequeño y esponjoso como un corderito. Ahora está hecho un ganso —dijo el hombre, mirándolo<br />
con aire pensativo—, un ganso gordo, feo y mordedor, ¿verdad que sí?<br />
Al verse así interpelado, el gavión abrió un ojo y emitió un berrido corto y seco, que tanto podía<br />
ser de repulsa como de asentimiento. El hombre se agachó y sacó de debajo del asiento un cesto<br />
grande, lleno hasta el borde de gruesos berberechos que rechinaban musicalmente. Nos sentamos en<br />
la barca a comérnoslos; mientras, yo no apartaba la vista del ave, fascinado por la cabeza y el pecho<br />
blancos como la nieve, el largo pico ganchudo y los ojos fieros, amarillos como los crocos de<br />
primavera, el ancho lomo y las poderosas alas negras como de carbón. En mi opinión, era<br />
absolutamente espléndido desde la planta de sus grandes pies palmeados hasta la punta del pico.<br />
Tragué un último berberecho, me limpié las manos en el costado de la barca y le pregunté al hombre<br />
si a la primavera siguiente me podría conseguir un pollo de gavión.<br />
—¿Quieres uno? —respondió sorprendido—; ¿te gustan?<br />
Decir que me gustaban era poco: habría vendido mi alma por una de aquellas gaviotas.<br />
—Pues quédatelo —dijo el hombre sin darle importancia, señalando hacia el ave con el dedo<br />
gordo.