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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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—Es que Larry siempre tiene que sabérselo todo...<br />

—¡Gracias a Dios! Ya sale —dijo Margo con fervor mientras el enlodado y espurreante Peter<br />

subía a la superficie.<br />

Le sacamos entre todos, y Margo le subió corriendo a casa para intentar secarle el traje antes de la<br />

merienda. Los demás les seguimos, todavía discutiendo. Leslie, picado por las críticas de Larry, se<br />

puso el bañador y armado de un voluminoso manual sobre construcción de yates y una cinta métrica<br />

bajó a arreglar el bote. Durante el resto de la mañana estuvo quitándole trozos al mástil hasta lograr<br />

que se tuviera derecho, momento en que sólo le quedaba un metro de altura. Leslie se quedó muy<br />

perplejo, pero prometió poner uno nuevo en cuanto tuviera calculadas las dimensiones correctas.<br />

Así que el Bootle—Bumtrinket, amarrado al extremo del embarcadero, quedó a flote todo flamante,<br />

con el aspecto de un orondo y simpático gato de Man.<br />

Spiro llegó poco después del almuerzo, acompañado de un señor alto y ya mayor con pinta de<br />

embajador. Según nos explicó Spiro, era el ex mayordomo del rey de Grecia, a quien había logrado<br />

sacar de su retiro para ayudar a servir la merienda. Luego Spiro echó a todo el mundo de la cocina y<br />

se encerró allí con el mayordomo. Cuando me acerqué a fisgar por la ventana, el mayordomo se<br />

había puesto un chaleco y sacaba brillo a las copas mientras el ceñudo y meditabundo Spiro,<br />

tarareando en voz baja, atacaba un enorme montón de verduras. De vez en cuando iba con andares<br />

de pato a atizar vigorosamente los siete fogones de carbón de encina instalados a lo largo de una<br />

pared, hasta hacerlos brillar como rubíes.<br />

El primer invitado que llegó fue Teodoro, sentado muy elegante en un coche de punto, ataviado<br />

con su mejor traje, relucientes botas y, como concesión a la fecha, sin ningún instrumento de<br />

naturalista. Llevaba en una mano el bastón y en la otra un paquetito muy bien atado.<br />

—¡Aja! Muchas... eh... felicidades —dijo, estrechándome la mano—. Le he traído un... eh...<br />

pequeño... eh... recuerdo... una cosita de nada, es decir, un regalo para eh... celebrar la ocasión...<br />

hum.<br />

Al abrir el paquete me encantó descubrir que contenía un grueso volumen titulado La vida en<br />

charcas y arroyos.<br />

—Creo que será una útil... hum... adición a su biblioteca —dijo Teodoro balanceándose sobre las<br />

puntas de los pies—. Contiene información muy interesante sobre., eh... la fauna dulceacuícola en<br />

general.<br />

Poco a poco, a medida que llegaban los invitados, la entrada a la villa se fue cubriendo de una<br />

masa de taxis y coches de punto. El gran cuarto de estar y el comedor se llenaron de gente que<br />

charlaba, reía y discutía, y el mayordomo (que para consternación de Mamá se había vestido de<br />

frac) circulaba ágilmente por entre la multitud como un pingüino anciano, sirviendo bebidas y<br />

canapés con gesto tan distinguido que muchos de los invitados dudaron de si se trataría de un<br />

auténtico mayordomo o de algún excéntrico pariente nuestro que tuviéramos en casa. En la cocina,<br />

Spiro bebía cantidades prodigiosas de vino mientras deambulaba entre pucheros y cacerolas, con el<br />

ceñudo rostro enrojecido al resplandor de los fogones, rugiendo cantinelas con su voz de bajo<br />

profundo.<br />

El aire estaba impregnado de olor a ajos y hierbas, y Lugaretzia renqueaba de la cocina al cuarto<br />

de estar y vuelta a velocidad respetable. De cuando en cuando lograba acorralar en un rincón a<br />

algún pobre invitado y, metiéndole una fuente de canapés bajo la nariz, procedía a darle todos los<br />

detalles de su martirio en el dentista, haciendo la imitación más fiel y repulsiva de cómo sonaba una<br />

muela al ser arrancada de su alvéolo, y abriendo la boca de par en par para mostrar a su víctima el<br />

espeluznante destrozo que había padecido.<br />

Llegaron más y más invitados, y con ellos sus regalos respectivos. La mayoría eran, desde mi<br />

punto de vista, inútiles, dado que no tenían aplicación al campo de la investigación naturalista. Para<br />

mí el mejor de todos fue un par de cachorritos traídos por una <strong>familia</strong> de campesinos vecinos y

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