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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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desorbitados del esfuerzo, llevando en sus brazos un enorme almohadón sobre el que reposaba el<br />

extraño vástago de Dodo. Cuando Mamá iba a permanecer un ratito en algún sitio, Sofía depositaba<br />

reverentemente el almohadón en el suelo, y Dodo trepaba encima y daba un hondo suspiro. En<br />

cuanto Mamá se disponía a trasladarse a otra parte de la casa, Dodo se tiraba al suelo, se sacudía y<br />

ocupaba su puesto en el desfile, mientras Sofía alzaba el almohadón con tanto cuidado como si de<br />

una corona se tratase. Mamá oteaba por encima de sus gafas para comprobar si la columna estaba a<br />

punto, y a un gesto suyo todos se ponían en marcha hasta la parada siguiente. Todas las tardes<br />

Mamá salía de paseo con los perros, y la <strong>familia</strong> se divertía muchísimo viendo su partida monte<br />

abajo. Abría el desfile Roger, como perro de más edad, seguido por Widdle y Puke. Luego iba<br />

Mamá, tocada con un inmenso sombrero de paja que le confería el aspecto de una seta andante y<br />

armada con un desplantador con el que arrancar cualquier planta silvestre interesante que<br />

encontrase. Tras ella renqueaba Dodo, con los ojos saliéndosele de las órbitas y la lengua colgante,<br />

y Sofía cerraba la marcha a paso solemne, portadora del cachorro imperial en su almohadón. Larry<br />

lo llamaba el Circo de Mamá, y le tomaba el pelo vociferando desde la ventana:<br />

—¡Ohé! Señora, ¿a que hora empieza la función?<br />

Le regaló un frasco de loción capilar para que, según explicó, pudiese experimentar sobre Sofía<br />

con vistas a convertirla en mujer barbuda.<br />

—Es lo justo para completar su espectáculo, señora —le aseguró con voz de bajo profundo, un<br />

pequeño toque de distinción, ¿comprende? Nada como una mujer barbuda para prestar un toque de<br />

distinción a un espectáculo.<br />

Pero Mamá, imperturbable, siguió sacando su extraña caravana por los olivares todas las tardes a<br />

las cinco en punto.<br />

Había al norte de la isla un extenso lago con el simpático y musical nombre de Antiniotissa, que<br />

constituía uno de nuestros puntos de excursión favoritos. Era una lámina de agua poco profunda, de<br />

cosa de kilómetro y medio de largo, ceñida por un cerco denso de cañas y juncos y separada del mar<br />

en uno de sus extremos por la suave curvatura de unas anchas dunas de arena blanca y fina. Teodoro<br />

nos acompañaba siempre en nuestras visitas al lago, porque él y yo encontrábamos fecundo campo<br />

de exploración en las charcas, zanjas y pozas pantanosas que rodeaban sus orillas. Leslie cargaba<br />

indefectiblemente con un montón de escopetas, porque el cañaveral era un hervidero de caza, y<br />

Larry se empeñaba en llevarse un enorme arpón para pasarse las horas muertas al borde del canal<br />

que marcaba la desembocadura del lago en el mar, con la ilusión de arponear a los peces de gran<br />

tamaño que transitaban por allí. Mamá iba provista de cestas llenas de comestibles, otras cestas<br />

vacías para plantas y diversos útiles de jardinería para arrancar sus hallazgos. El equipo de Margo<br />

era quizá el más sencillo, limitándose a un bañador, una toalla grande y un frasco de loción<br />

bronceadora. Con tanto bártulo, nuestras escapadas a Antiniotissa eran auténticas expediciones de<br />

alto nivel.<br />

Cuando más atractivo estaba el lugar era en la época de los lirios. La suave pendiente de las dunas<br />

que se alzaban entre el lago y la bahía era el único punto de la isla donde crecían aquellos lirios de<br />

arenal, extraños bulbos informes enterrados en la arena, que una vez al año echaban gruesas hojas<br />

verdes y flores blancas, convirtiendo las dunas en un glaciar de flores. Siempre visitábamos el lago<br />

por entonces, porque la experiencia era verdaderamente memorable. Poco después de la maternidad<br />

de Dodo, Teodoro nos informó de que la época de los lirios estaba próxima, y emprendimos los<br />

preparativos de nuestra excursión a Antiniotissa. Pronto nos dimos cuenta de que la presencia entre<br />

nos<strong>otros</strong> de una madre lactante iba a complicar no poco las cosas.<br />

—Esta vez habrá que ir en bote —dijo Mamá, con el ceño fruncido ante un jersey complicado,<br />

tipo puzzle, que estaba tejiendo.<br />

—Pero si en bote se tarda el doble —dijo Larry.<br />

—No podemos ir en coche, querido: Dodo se mareará, y además no cabemos todos.

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