Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A
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chapotear y bucear, poniendo un temblor en la luz que bañaba la superficie de la bahía. Cansados,<br />
nadábamos desganadamente a tierra y nos tendíamos sobre las rocas, cara al cielo moteado de<br />
estrellas. Pasada una media hora me solía aburrir la conversación: entonces me iba de nuevo al agua<br />
y cruzaba a nado la bahía para luego flotar boca arriba, sostenido por el mar cálido y con la vista<br />
fija en la luna. Una noche en que estaba así descubrí que no éramos los únicos usuarios de nuestra<br />
cala.<br />
Tendido con los brazos abiertos sobre el agua tersa, cara al cielo, sin más que un leve movimiento<br />
de manos y pies para mantenerme a flote, contemplaba la Vía Láctea extendida a través del<br />
firmamento como un echarpe de gasa, y me preguntaba cuántas estrellas contendría. Reverberaban<br />
en el agua las voces de los <strong>otros</strong> charlando y riendo en la playa, y alzando la cabeza podía distinguir<br />
sus posiciones a lo largo de la orilla por la luz intermitente de los cigarrillos. Según estaba así<br />
flotando, relajado y soñoliento, me sobresalté de pronto al oír, muy cerca de mí, un plop y un<br />
gorgoteo del agua, seguidos de un suspiro hondo y prolongado; al mismo tiempo una serie de ondas<br />
suaves me hicieron subir y bajar. Rápidamente me erguí y traté de pisar fondo, para saber cuánto me<br />
había alejado de la playa. Con alarma me di cuenta de que no sólo estaba a bastante distancia de la<br />
playa, sino también de la Vaca marina, e ignorante de la clase de animal que nadaba en las aguas<br />
oscuras a mis pies. Oí a los demás reírse de algún chiste, y uno de ellos tiró al aire una colilla que a<br />
modo de roja estrella describió un arco y fue a extinguirse al borde del mar. Cada vez me sentía más<br />
asustado, y ya iba a pedir ayuda cuando, a unos cinco metros de mí, el mar pareció abrirse con un<br />
suave silbido y gorgoteo dejando ver un lomo reluciente que, tras dar un suspiro de satisfacción, se<br />
hundió de nuevo bajo la superficie. Apenas había tenido tiempo de identificarlo como un delfín<br />
cuando me encontré en medio de una manada. Se elevaron a mi alrededor suspirando con fuerza,<br />
brillantes sus negros lomos al arquearse a la luz de la luna. Debían ser unos ocho, y uno salió tan<br />
cerca que con nadar tres brazadas podría haber tocado su cabeza de ébano. Jugando entre saltos y<br />
resoplidos cruzaron la bahía, y yo les seguí a nado, contemplando cómo subían a la superficie,<br />
respiraban hondo y volvían a zambullirse, dejando sólo un creciente anillo de espuma en el agua<br />
arrugada. Finalmente, y como obedeciendo a una señal, se volvieron y enfilaron hacia la boca de la<br />
bahía y la lejana costa de Albania; yo me erguí para verlos alejarse, nadando por el blanco surco de<br />
luz, con un centelleo en el lomo al elevarse y dejarse caer pesadamente en el agua templada. Tras<br />
ellos quedó una estela de grandes burbujas que temblaban y relucían un instante cual lunas en<br />
miniatura antes de desaparecer bajo las ondas.<br />
A partir de aquella noche solíamos encontrar a los delfines cuando salíamos a bañarnos, y una vez<br />
montaron un espectáculo luminoso en nuestro honor, ayudados por uno de los insectos más<br />
encantadores que habitaban la isla. Habíamos observado que en los meses más calurosos del año el<br />
mar se llenaba de fosforescencia. A la luz de la luna no se notaba tanto: un tenue centelleo verdoso<br />
en torno a los remos del bote, un fulgor instantáneo cuando alguien se lanzaba al agua. Pero el<br />
mejor momento para la fosforescencia era cuando no había luna. Otro habitante iluminado de los<br />
meses de estío era la luciérnaga. Estos esbeltos escarabajos pardos alzaban el vuelo apenas<br />
oscurecía, flotando a cientos por los olivares, encendiendo en la cola una luz intermitente<br />
verdiblanca, no verdidorada como la del mar. También ellas resultaban más vistosas en ausencia de<br />
luna que restase esplendor a sus luces. Y, cosa curiosa, no habríamos presenciado la actuación<br />
conjunta de delfines, luciérnagas y fosforescencia si no llega a ser por el traje de baño de Mamá.<br />
Mamá llevaba cierto tiempo envidiando nuestros baños diurnos y nocturnos, pero, según señalaba<br />
cada vez que la invitábamos a acompañarnos, era demasiado vieja para esas cosas. Sometida sin<br />
embargo a nuestras continuas presiones, al fin hizo una visita al pueblo y regresó a casa portando<br />
coquetonamente un paquete misterioso. Al abrirlo nos dejó atónitos en la contemplación de una<br />
extraordinaria prenda informe de tela negra, cubierta de arriba abajo de cientos de frunces, pliegues<br />
y volantes.<br />
—Bueno, ¿qué os parece? —preguntó Mamá.<br />
Contemplamos el extraño pingo preguntándonos cuál sería su utilidad.