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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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En el camino de vuelta por carreteras sombrías y encharcadas, Spiro canturreaba con fruición<br />

hecho una bola detrás del volante, y yo soñaba con la primavera próxima y con todos los <strong>animales</strong><br />

maravillosos que cazaríamos Teodoro y yo.<br />

Poco a poco el viento cálido y la lluvia del invierno fueron lustrando el cielo, y al llegar el mes de<br />

enero lucía con un azul tierno y claro, el mismo de las llamitas que en los hornos de carbón lamían<br />

los troncos de olivo. Las noches eran frescas y serenas, con una luna tan débil que sólo aquí y allá<br />

moteaba el mar de puntitos de plata. Los amaneceres eran pálidos y diáfanos hasta el momento de<br />

elevarse el sol, envuelto en brumas cual gigantesco capullo de seda, bañando la isla en polvo de oro.<br />

Con marzo entró la primavera, y la isla se cubrió de flores, de aromas, de un alboroto de hojas<br />

nuevas. Los cipreses, antes sibilantes y sacudidos por los vendavales, se recortaban ahora enhiestos<br />

y afilados sobre el cielo vestidos de una nebulosa capa de pinas verdiblancas. Los céreos crocos<br />

brotaron en macizos apretados, desparramándose entre las raíces de los árboles, despeñándose por<br />

las laderas. Bajo el arrayán, el almizcle alzaba sus capullos como confites color fucsia, y la<br />

penumbra de los encinares se pobló del tenue vaho de millares de iris azules. Las delicadas<br />

anémonas, rasgadas por la brisa más leve, exhibían flores de marfil con pétalos como impregnados<br />

de vino. Algarrobas, caléndulas, asfódelos, cientos de flores diferentes invadieron los campos y los<br />

bosques. Y hasta los vetustos olivos, nudosos y carcomidos por el paso de mil primaveras, se<br />

engalanaron con racimos de florecillas claras, atavío elegante pero modesto, cual convenía a su<br />

avanzada edad. Nada escapó a la primavera: la isla entera comenzó a vibrar como a impulsos de un<br />

fuerte, sonoro acorde. Todo y todos lo oyeron, todo respondió. Lo atestiguaba el lustre de los<br />

pétalos, el destello de las alas de los pájaros y un centelleo en la mirada oscura, acuosa, de las<br />

muchachas del campo. En el agua de las charcas las ranas, que diríanse recién esmaltadas,<br />

entonaban su croar arrobado entre el verdor. En las tabernas del pueblo el vino parecía más rojo y,<br />

casi, más potente. Manos encallecidas pulsaban con extraña suavidad las cuerdas de una guitarra, y<br />

voces profundas se elevaban con cantos obsesivos, cadenciosos.<br />

La primavera nos afectó de diversas maneras. Larry compró una guitarra y un barril grande de<br />

tinto. Puntuaba sus sesiones de trabajo rasgueando el instrumento y cantando canciones de amor de<br />

la época isabelina con mansa voz de tenor y frecuentes pausas de refrigerio. Ello le transportaba en<br />

seguida a un estado de melancolía, tornábanse más lamentosas sus canciones, y entre una y otra se<br />

detenía a informar a cualquier miembro de la <strong>familia</strong> que se pusiese a tiro de que la primavera, para<br />

él, no señalaba el inicio de un nuevo año, sino la muerte del anterior. La tumba —proclamaba,<br />

haciendo retumbar la guitarra lóbregamente— se abría un poco más con cada estación.<br />

Una tarde salimos los demás, dejando a Larry y a Mamá solos en casa. Larry llevaba toda la tarde<br />

cantando con creciente desconsuelo, hasta que logró sumir a ambos en un acceso de depresión<br />

aguda. Intentaron aliviar su estado a base de vino, pero desgraciadamente les hizo el efecto<br />

contrario, pues no estaban habituados a los vinos fuertes de Grecia. Al volver vimos con sobresalto<br />

cómo Mamá salía a recibirnos a la puerta de la villa, enarbolando un farol de barco. Con precisión y<br />

dignidad aristocráticas nos notificó que deseaba ser enterrada bajo los rosales. Lo novedoso del<br />

asunto era que hubiese elegido un lugar tan accesible para la eliminación de sus restos. Mamá solía<br />

emplear gran parte de su tiempo libre en la elección de enterramientos, pero generalmente los<br />

situaba en regiones de lo más remoto, y uno se imaginaba al cortejo fúnebre desplomándose<br />

exhausto por el camino mucho antes de llegar a la fosa.<br />

Cuando Larry la dejaba en paz, sin embargo, la primavera constituía para Mamá un surtido<br />

inagotable de verduras frescas para sus experimentos y un aluvión de flores nuevas con las que<br />

deleitarse en el jardín. De la cocina emanaba un río de platos inéditos: sopas, estofados, entremeses,<br />

curries, cada uno más opulento, más fragante, más exótico que el anterior. Larry empezó a sufrir de<br />

dispepsia. Despreciando el sencillo remedio de comer menos, se procuró un bote inmenso de<br />

bicarbonato, y después de cada comida ingería solemnemente una dosis.<br />

—Si te sienta mal, ¿por qué comes tanto, querido? —le preguntó Mamá.

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