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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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plantadas en el brezal. —Buenas tardes —me saludó ásperamente—; ¿usted es el forastero... el<br />

pequeño lord inglés?<br />

Ya me había habituado a la curiosa idea de los campesinos de que todos los ingleses éramos lores,<br />

y admití serlo yo también. Luego de rugirle a una cabra que empinada sobre sus patas traseras<br />

ramoneaba en un olivo, se volvió hacia mí.<br />

—Le voy a decir una cosa, pequeño lord —dijo—; es peligroso que se tumbe aquí, bajo estos<br />

árboles.<br />

Alcé la mirada a los cipreses pero me parecieron bastante sólidos, y al no encontrar en ellos nada<br />

alarmante le pregunté por qué pensaba que eran peligrosos.<br />

—Ah, sentarse sí se puede. Dan buena sombra, fría como agua de pozo; pero ahí está lo malo, que<br />

le tientan a uno a dormirse. Y jamás, por ningún motivo, se debe dormir a la sombra de un ciprés.<br />

Hizo una pausa, se atusó el bigote, esperó a que le preguntase por qué, y prosiguió entonces:<br />

—¿Que por qué? Porque si se hace se despierta uno cambiado. Los cipreses negros son<br />

peligrosos, sí. <strong>Mi</strong>entras que uno duerme, sus raíces se le meten en los sesos y se los llevan, y al<br />

despertarse está uno loco, con la cabeza más vacía que un pito.<br />

Le pregunté si era solamente el ciprés el que producía eso, o si era aplicable a <strong>otros</strong> árboles.<br />

—No, sólo el ciprés —respondió el viejo, oteando con fiereza los árboles como para ver si<br />

estaban escuchando—; sólo el ciprés roba la inteligencia. Así que dése por avisado, pequeño lord,<br />

no se duerma aquí.<br />

Cabeceó brevemente, lanzó otra mirada fiera a los cipreses como retándoles a hacer alguna<br />

réplica, y luego se marchó abriéndose paso cuidadosamente por entre los arrayanes, hasta donde sus<br />

cabras pastaban desperdigadas por el monte, sus grandes ubres pendulando como gaitas bajo el<br />

vientre.<br />

Llegué a conocer muy bien a Yani, porque siempre me lo encontraba cuando iba de exploración, y<br />

a veces le visitaba en su casita: entonces me atracaba de fruta y me daba toda clase de consejos y<br />

advertencias para que no corriera peligro en mis paseos.<br />

Quizá uno de los personajes más estrafalarios y fascinantes que conocí en mis viajes fue el<br />

Hombre de las Cetonias. Tenía un aire como de cuento de hadas que le hacía irresistible, y yo<br />

aguardaba ansioso nuestros infrecuentes encuentros. Le vi por primera vez en un camino alto y<br />

solitario que conducía a una de las remotas aldeas de la montaña. Le oí mucho antes de verle:<br />

tocaba una ondulante tonada con una flauta de Pan, interrumpiéndose de vez en cuando para cantar<br />

un par de palabras con una curiosa voz nasal. Al torcer la esquina, Roger y yo nos le quedamos<br />

mirando con asombro.<br />

Tenía un rostro afilado de raposa con ojos grandes y rasgados, de un tono castaño tan oscuro que<br />

parecían negros. Había en ellos una mirada ausente, extraña, y una especie de pelusa como se ve en<br />

las ciruelas, una nube blanquecina casi como una catarata. Era bajo y flaco, y la delgadez del cuello<br />

y las muñecas delataba falta de comida. Su atavío era fantástico, y en la cabeza llevaba un sombrero<br />

informe de alas muy anchas y caídas. En sus tiempos había sido verde botella, pero ahora estaba<br />

salpicado y sucio de polvo, manchas de vino y chamuscos de cigarrillo. En la cinta llevaba prendido<br />

un ondeante bosque de plumas: plumas de gallo, de abubilla, de búho, el ala de un martín pescador,<br />

una garra de halcón y una pluma grande y sucia que podía ser de cisne. La camisa estaba sobada y<br />

deshilachada, gris de sudor, y una enorme corbata del más llamativo satén azul le colgaba del<br />

cuello. Tenía además un abrigo oscuro y amorfo, con parches de distintos colores aquí y allá: en la<br />

manga un trozo de tela blanca con dibujo de capullos de rosa; sobre el hombro un parche triangular<br />

de lunares blancos y color burdeos. Los bolsillos de esta prenda reventaban de cosas que casi iba<br />

perdiendo: peines, globos, cuadritos de santos de muchos colorines, tacos de olivo tallados en forma<br />

de culebras, camellos, perros y caballos, espejuelos baratos, un caos de pañuelos, y largos

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