Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A
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Y riendo bajito para sí se rascó un lado de la barba con el pulgar.<br />
14. Las flores parlantes.<br />
Lo tuve que esperar mucho tiempo para recibir la desagradable noticia de que me habían<br />
encontrado un nuevo preceptor. Esta vez se trataba de cierto individuo llamado Kralefsky, en cuyos<br />
antepasados se enredaba un confuso revoltijo de nacionalidades con predominio de la inglesa. <strong>Mi</strong><br />
<strong>familia</strong> me comunicó que era un hombre muy simpático y además muy amante de los pájaros, por lo<br />
que haríamos buenas migas. A mí este último dato no me impresionó en absoluto; estaba harto de<br />
conocer personas que se decían muy amantes de los pájaros y que, sagazmente interrogadas,<br />
resultaban no ser más que charlatanes ignorantes del aspecto de una abubilla, o incapaces de<br />
distinguir un colirrojo tizón de otro real. Suponía que lo de la afición a las aves del preceptor no<br />
sería sino un invento <strong>familia</strong>r para reconciliarme con la idea de reemprender los estudios. Seguro<br />
que su reputación de ornitólogo se fundaba en el hecho de haber poseído un canario a los catorce<br />
años. De modo que cuando me encaminé al pueblo para recibir mi primera lección, mi estado de<br />
ánimo no podía ser más negro.<br />
Kralefsky vivía en los dos últimos pisos de una vieja mansión cuadrada y mohosa en las afueras<br />
de la población. Subí la amplia escalera y, dándomelas de valiente, aporreé con fuerza el llamador<br />
que decoraba la puerta principal. Luego esperé con el ceño fruncido y entreteniéndome en clavar<br />
perversamente el tacón de un zapato en el felpudo color corinto. Al fin, cuando ya me disponía a<br />
volver a llamar, sonaron unas pisadas suaves y la puerta se abrió de par en par, mostrando a mi<br />
nuevo preceptor.<br />
Al punto decidí que Kralefsky no era un ser humano sino un gnomo disfrazado de persona<br />
mediante el uso de un traje anticuado pero muy elegante. Tenía una cabezota en forma de huevo, de<br />
cuyos parietales planos tiraba hacia atrás una joroba muy redondita. Esa circunstancia le daba el<br />
curioso aspecto de estar siempre encogiéndose de hombros y mirando al cielo. La cara se le afilaba<br />
con una nariz larga y aguileña de anchas aletas, y sus ojos, extraordinariamente grandes, eran<br />
acuosos, de un tono jerez claro. Había en ellos una mirada estática y lejana, como si su dueño<br />
estuviera despertando de un trance. La boca ancha y fina lograba combinar altivez y humor, y en<br />
aquel momento cubría su rostro con una sonrisa de bienvenida, dejando ver unos dientes iguales<br />
pero descoloridos.<br />
—¿Gerry Durrell? —preguntó, cabeceando como un gorrión y extendiendo hacia mí las manos<br />
grandes y huesudas—. Tú eres Gerry Durrell, ¿verdad? Pasa, querido; pasa, por favor.<br />
A una señal de su largo dedo índice entré tras él a un vestíbulo oscuro, donde el entarimado crujía<br />
protestando bajo una alfombra raída.<br />
—Por aquí; aquí es donde vamos a trabajar —dijo Kralefsky con voz aflautada, mientras abría<br />
una puerta y me hacía pasar a una habitación pequeña y austeramente amueblada. Dejé los libros<br />
sobre la mesa y tomé asiento donde él me indicó. Kralefsky se inclinó sobre la mesa apoyándose en<br />
las puntas de sus dedos cuidados con esmerada manicura, y me dirigió una vaga sonrisa. Contesté<br />
con otra, no muy seguro de qué se esperaba de mí.<br />
—¡Amigos! —exclamó con entusiasmo—. Es muy importante que seamos amigos. Yo estoy<br />
totalmente, totalmente seguro de que vamos a ser buenos amigos. ¿Tú no?<br />
Asentí seriamente, mordiéndome la lengua para no reír.<br />
—¡La amistad —murmuró, cerrando los ojos extasiado ante la idea—, la amistad! ¡Ésa ha de ser<br />
nuestra base!<br />
Quedó entonces en silencio moviendo los labios, y me pregunté si estaría rezando y por quién, si<br />
por mí, por él o por los dos. Una mosca le voló alrededor de la cabeza y se instaló confiada en su