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-Calma, calma, iremos a la biblioteca. No hay que alborotar esta santa casa.<br />

-¿Y quién llevará la carta? ¡Es tan lejos!...<br />

El doctor Centeno<br />

-No faltará quien la lleve. No te apures. Irá el Centauro, o mandaremos al mismo Mercurio. Vamos<br />

a la biblioteca.<br />

Pasaron a donde decía Ruiz, y Miquis se puso a escribir. ¡Dios mío, qué premioso estaba aquel día!<br />

No sabía cómo empezar, ni en qué forma y con qué materiales construir la deseada epístola. Tres o<br />

cuatro empezó y las tuvo que romper, porque ninguna de ellas respondía bien a su pensamiento. La<br />

una decía:<br />

«Querida tiíta Isabel: tengo que ir esta noche al baile de la Embajada austríaca, de frac, y como usted<br />

comprenderá...».<br />

Esta no servía. Ras... Empezó otra así: «Estoy enfermo en cama. Me visitan siete médicos, y con<br />

tanta visita y gastos de botica, se me acabó el dinero que tenía. Como usted me prometió...». Ras,<br />

ras... tampoco valía...<br />

Otra: «Estoy en casa de los catedráticos haciendo un trabajo...». Fuera.<br />

Por último encontró la fórmula y la carta quedó hecha. Dio un suspiro al cerrarla y repitió su queja:<br />

-No vamos a tener quien la lleve.<br />

-¡Qué pesadez! -dijo Cienfuegos, suspendiendo otra vez su lectura-. Cuando este coge un tema... La<br />

llevaré yo, si es preciso.<br />

-Si es en los quintos infiernos... allá, donde Cristo dio las tres voces.<br />

-Sea donde fuere... Este es atroz cuando da en encontrar dificultades y en echar lamentos.<br />

-Vamos a casa -dijo Ruiz-. Veremos si hay algún ordenanza. D. Florencio nos sacará del paso...<br />

Salieron, y lo primero que vio Miquis fue el famoso héroe de aquel otro domingo, que gozoso y algo<br />

conmovido se acercaba a saludarle, gorra en mano.<br />

-Hola, mequetrefe, ¿tú por aquí otra vez? ¿Qué es de tu vida?<br />

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