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-Me los han regalado. No sirven...<br />

- Mia este... ¡que no sirven! Nos los comeremos.<br />

-Es que... son para...<br />

El doctor Centeno<br />

-Te los compraremos, hombre... Si creerás tú... Te vamos a convidar a café... Fúmate un cigarro.<br />

Sacó Juanito una cajetilla y repartió. El otro amigo encendió tres cerillas.<br />

«¿ Onde vamos? A Diana , que dan mucho azúcar... Café y copas, Felipe...».<br />

Ya era de noche, y Centeno no quería detenerse; pero la obsequiosa finura de aquellos dos caballeros<br />

le cautivaba, y también, dígase con franqueza, no dejaba de sentir en su ánimo cierto apetito de<br />

libertad, instintivo afán de hacer algo que rompiese la triste y monótona vida que llevaba. ¿Su<br />

esclavitud no tendría algún descanso, y su trabajo el alivio de un ratito de café?... ¡Adelante!<br />

«¡Mozo... café y copas... y un periódico!...».<br />

Centeno se recreaba en el fácil uso de su albedrío, en aquel desembarazo que le hacía hombre;<br />

y cuando se acordaba de la soledad de su amo, sintiendo, con el recuerdo, un poco de pena, se<br />

consolaba mirando el mucho azúcar que sobraba y haciendo propósito de guardarlo todo para el<br />

enfermo. Tomaban el café despacio, porque estaba muy caliente, y entre sorbo y sorbo, corría de la<br />

boca de Juanito, como del caño de abundosa fuente, un chorro de hipérboles. Felipe no tenía su espíritu<br />

muy alegre; pero desde el mal aventurado instante en que llevó a sus labios la copa, sintió que se<br />

trasformaba y volvía muy otro de lo que era. Aquel maldito licor picaba como un demonio, producíale<br />

llamaradas en todo el cuerpo, y en la cabeza un levantamiento, un pronunciamiento, una insurrección<br />

de todas las energías, un motín de ideas, bullanga y jarana extraordinarias... Pero él, impávido, seguía<br />

bebiendo para que no le dijeran memo, y por fin no quedó nada en la copa.<br />

¿Qué alegría era aquella que le entraba, qué prurito de moverse, de reír, de alzar la voz, de hacer<br />

bulla y dar saltos sobre el asiento cual muñeco que tuviera en cada nalga un bien templado resorte?<br />

Juanito y su amigo se reían de verle en tal estalo, y le incitaban a seguir bebiendo; pero él, con seguro<br />

instinto, se negó a dar un paso más por tan peligroso camino.<br />

Era el tal café de los que llaman cantantes. A cierta hora un melenudo artista sentose en la banqueta<br />

próxima al piano, y empezó a aporrear las teclas de este. A su lado, un hombre flaco y pequeño cogió<br />

el violín, y rasca que te rasca, se estuvo media hora tocando. El efecto que la música hacía en Felipe<br />

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