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El doctor Centeno<br />

sorbete, golosina que él ya conocía, aunque no había probado de ella más que porción muy mínima,<br />

cuando una señora, en el café de Zaragoza, le dio a lamer la copa en que lo había tomado.<br />

¡Y ya, Jesús divino, no era sólo lamer la dulzura pegada a un frío cristal, sino que se lo envasaba<br />

todo entero, desde el pico hasta el fondo!; y no sólo devoraba el suyo, sino también el de su amo, que,<br />

gozoso de ver tan hermoso apetito, le dijo:<br />

-Tómate también el mío...<br />

Luego pastas, dulces, frutas...<br />

O aquello era sueño o ya no hay sueños en el mundo. Pero él, sin entender de Calderón ni haberle oído<br />

mentar en su vida, decía rústicamente y a su modo lo que significan las famosas palabras: soñemos,<br />

alma, soñemos. Interesante grupo formaban los dos, el uno come que come, y el otro piensa que piensa,<br />

soñando de otra manera que Felipe y viviendo anticipadamente la vida de los días sucesivos; lanzando<br />

su espíritu al porvenir, sus sentidos a las emociones esperadas, empeñando su voluntad en grandes<br />

lides y altísimos propósitos. Ideales de arte y gloria, pruritos de goces, ahora sublimes, ahora sensuales,<br />

caldeaban su mente. Parecíale pesado y cojo el tiempo, que no traía pronto aquellos mañanas que<br />

él, por poder de su fantasía, estaba ya gozando y viviendo antes de que llegaran. Para no esperar más,<br />

aquella misma noche había de procurarse emociones y dulzuras, de las que tan hambrienta estaba<br />

su alma.<br />

Felipe, regocijado al ver su inexplicable suerte, decía: «Ya me vino Dios a ver», pero no acertaba<br />

a figurarse lo que detrás de aquel espléndido cambio vendría. Como que apenas conocía a su amo, y<br />

aún no las tenía todas consigo respecto al acomodo que le ofreciera. Alejandro, soñador de empuje<br />

y que en todas las ocasiones iba más allá de la realidad presente, no veía con vaguedad el porvenir;<br />

veíalo claro y distinto, cual hermosísimo paisaje alumbrado por el más puro sol. Todo se presentaba<br />

a sus despabilados ojos con fortísimas tintas y limpios contornos: la gloria artística, el triunfo del más<br />

atrevido de los dramas, dichosos lances de amor y fortuna, degustación de placeres desconocidos,<br />

poesía y realidad, todo lo veía vivo, corpóreo, de carne, de sangre y de hueso, encarnado en seres<br />

humanos, con voz y figura que él plasmaba en su imaginación creadora.<br />

En los capítulos siguientes veremos las hazañas de estos dos niños. En vez de un héroe ya tenemos<br />

dos.<br />

FIN DEL TOMO PRIMERO<br />

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