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El doctor Centeno<br />

rápido crescendo , hasta ser algarabía estruendosa. Antojábasele comparar la casa con un cuerpo<br />

humano al que se hacían cosquillas, y con las cosquillas se disparaba en convulsivas risas.<br />

De todo esto era preciso tomar acta, y con su pedacito de lápiz iba marcando disimuladamente con<br />

rayas, en el margen del libro, los coches que pasaban. Pero algunas veces era vencedor de la atención<br />

el fastidio. Felipe hacía almohada de la gramática y se cuajaba dulcemente como un ángel. Viéraisle<br />

despertar pavorido a la entrada de D. Pedro, que, por tener llavín, no llamaba nunca. A veces, una<br />

mano vigorosa le extraía, suspendido de la oreja, de aquel seno placentero de su sueño, y oía una voz<br />

de trompeta del Juicio Final, diciendo: «a acostarse».<br />

Andaba dormido, tropezando, con los sentidos abotargados, sin enterarse de lo que charlaban el amo<br />

y su hermana antes de recogerse. A tientas subía por fin a sus elevados aposentos, y... A media noche<br />

todo dormía en la casa, las personas y los goznes y los vidrios. Sólo don Pedro, algunas veces, tenía<br />

el sueño tan difícil que el alba y aun el claro día le encontraban como un lince; y gracias que pudiera<br />

aletargarse y dar breve descanso a sus energías cerebrales a hora inoportuna, cuando ya el esquilón<br />

monjil le avisaba que era llegada la de la misa.<br />

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