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El doctor Centeno<br />

de puñal, como los epigramas de Shakespeare. Cogió a Felipe, me le puso de rodillas sobre un banco,<br />

le encasquetó en la cabeza el bochornoso y orejudo casco de papel que servía para la coronación de<br />

los desaplicados. Luego, en el airoso pico de esta mitra colgó un cartel que decía con letras gordas,<br />

trazadas gallardamente por D. José Ido: EL DOCTOR CENTENO.<br />

¡Dios de Dios, qué risa, qué estruendo, qué ovación! Aquel día tenía D. Pedro humor burlesco. Su<br />

alma de pedernal echaba chispas, y de su verbosidad chancera brotaban cuchillos. De sus chistes<br />

resultaba el escarnio. Paseándose delante de la víctima, con la palmeta en la mano, decía: «Este señor<br />

vino a Madrid para ser médico. Como es tan aprovechado, tan sabio, tan eminente, pronto le veremos<br />

con la borla en la cabeza... Ánimo, hombre, no llores... No hay carrera sin trabajos... Ya estás a medio<br />

camino. Si sabes más que ese tintero... Serás módico: tómale el pulso a la pata de la mesa».<br />

¡Risas, confusión, aplausos, bramidos! D. Pedro era el maestro más gracioso...<br />

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