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El doctor Centeno<br />

Aunque era domingo, muchas tiendas estaban abiertas. Pasaron por una zapatería, cuyo iluminado<br />

escaparate contenía variedad de calzado para ambos sexos.<br />

-Para, cochero -gritó Alejandro-. Y tú, Felipe, baja. Te voy a comprar unas botas, porque me da<br />

vergüenza de que te vea la gente con esas lanchas que tienes, que parece fueron de tu señor tatarabuelo.<br />

Felipe bajó gozoso; entró en la tienda. Al poco rato volvió a decir a su amo:<br />

-Me he puesto unas... Pide cincuenta y seis reales.<br />

-Toma el dinero, paga y ven al momento.<br />

Al poco rato volvió a aparecer el gran Felipe muy bien calzado y con las botas viejas en la mano.<br />

-¿Qué hago con éstas?<br />

-Tira eso, tíralas...<br />

Felipe las tiró en medio de la calle, no sin cierto desconsuelo porque las botas, aunque feas, todavía<br />

servían, y era él sujeto arreglado y aprovechador, que no gustaba de tirar cosa alguna.<br />

-Adelante, cochero.<br />

Felipe levantaba los pies del suelo, y se reía de verse tan majas las extremidades inferiores. Eran<br />

las nueve y media.<br />

-¡Cochero, cochero! -volvió a gritar Miquis.<br />

Detúvose el vehículo a la entrada de la calle de la Montera, y Alejandro, desde el ventanillo, llamó<br />

a un amigo a quien había visto pasar.<br />

-¡Arias, Arias!<br />

El llamado Arias acudió, y ambos amigos dialogaron un instante con entrecortado estilo, en la<br />

ventanilla.<br />

MIQUIS.-<br />

¿Vas al café?<br />

ARIAS.-<br />

Sí: ¿por qué no has ido a comer?<br />

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