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«¡Bien, bravo! ¡Viva la cocinera de la sal!».<br />

-¿Qué nos va usted a hacer?<br />

-La salsa picona.<br />

-Háganos usted la olla gorda.<br />

-¿Y usted, Amparito? -preguntó con urbanidad el empleado de Hacienda.<br />

-Ésta no puede ir a la cocina -dijo D. Pedro-. Le dan vahídos.<br />

El doctor Centeno<br />

-Y se pone las manos perdidas -añadió doña Claudia, haciendo observar y admirar a todos los<br />

presentes, las hermosas, blancas y finísimas manos de la joven.<br />

-Que nos las sirvan estofadas -indicó el fotógrafo, riendo él su propia gracia antes de que la rieran<br />

los demás.<br />

D. Pedro, que no olvidaba nada y sabía, en ocasiones como aquella, hacer caer sobre todos, grandes<br />

y pequeños, el rocío de su liberalidad, llamó a Felipe, que entraba y salía inquietísimo arrojando sobre<br />

las bandejas más miradas que echó Escipión sobre Cartago, y le dio dos bartolillos de los mayores,<br />

uno para él y otro para Juanito del Socorro, que estaba en el portal.<br />

Cuando los dos amigos se sentaron en el primer peldaño de la escalera, a comerse los pasteles, el<br />

Doctor, lleno de orgullo por los triunfos oratorios de su amo y por los plácemes que le daban los<br />

amigos, empezó a enumerar las elevadas personas que había en la casa:<br />

«Está aquel que saca los retratos, ¿oyes?, que no hace más que verte y te pone clavado. Está ese<br />

otro señor gordo, del gabán color de barquillo, que cuando entra da voces y respira como un fuelle.<br />

Doña Claudia dice que le hizo la boca un fraile, por lo mucho que come. Está también aquella señora<br />

guapa, ¿oyes?, aquella que parece una reina y que mira como las imágenes... Si la ves y te dice algo,<br />

te caes redondo. Una tarde me pasó la mano por la cara, ¿oyes?, y por poco me desmayo de gusto.<br />

Una noche estaba en la sala con D. Pedro; entré yo y oí que D. Pedro le decía que había bajado del<br />

cielo... ella, ella... Yo la llamo la Emperadora , y la otra noche soñé que estaba yo en la iglesia y<br />

ella bajando de un altar con una estrella en la frente y muchas flores, muchas flores, por aquí y por<br />

allí... Sus dedos eran azucenas».<br />

-Hijí... no digas boberías.<br />

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