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El doctor Centeno<br />

sino a saltos, y hablaba haciendo mil contorsiones y monerías. Era más embustero que el inventor de<br />

las mentiras, que según parece, fue la serpiente del Paraíso, y además vanidoso y lleno de las más<br />

graciosas y ridículas presunciones. Se comía la mitad de las palabras, y dándose aires de protector,<br />

llamaba a su amigo hijito , con un retintín que habría hecho reír a la rueda de una noria. Por Socorro<br />

supo Felipe que el señor de la calva y de los espejuelos sobre la nariz chica era el que escribía los<br />

artículos y sueltos de Hacienda.<br />

«¡De Hacienda!» -exclamó Centeno, abriendo la boca todo lo que se puede abrir.<br />

-Hijí... tú no sabes; es un señor que siempre está muy enfadado, y cuando escribe, dice que la Deuda...<br />

¡bum!, la Hacienda, ¡bum!, el Porsupuestro , ¡bum!... y echa unas carretadas de números que te<br />

quedas vizco.<br />

Felipe le oía con la boca abierta, lleno de admiración.<br />

«¡Vaya un hombre!... ¡Cór...!».<br />

-Pues mira, hijí... cuando no está en la casa, los otros relatores se ríen de él, y dicen que es más<br />

tonto que el cepillo de las ánimas. Voy a comprarle cigarros... Que se espere.<br />

En estas conversaciones pasaban el tiempo, y se acompañaban el uno al otro en sus recados. A<br />

menudo Juanito hacía ponderaciones de su estado y familia, diciendo:<br />

«Hijí, cuando menos lo pienses, te he de colocar... porque mira, mi padre tiene muchas haciendas, y<br />

aunque está sirviendo, es porque van a subir los de acá, y lo menos le hacen comendante ... Yo como<br />

todos los días gallina y jamón, porque mamá tiene una amiga que es duquesa y le manda regalos...<br />

Un día de estos verás el caballo que me va a comprar papá. Lo van a traer de las haciendas, ¿estás?».<br />

Otras veces, Juanito, que era listo y conservaba en su memoria lo que oía en la redacción, decía a<br />

su amigo con misterioso acento:<br />

«Hijí... hijí... ¿no sabes? Esto se va ... Vamos al decir que viene revolución. Los señores lo dicen.<br />

Ya está la tropa apalabrada. Se arma, se arma».<br />

Centeno, al oír esto, sentía en su espíritu el pasmo que ocasiona todo anuncio de cosas insólitas,<br />

sobrehumanas y jamás vistas ni comprendidas.<br />

«Sí, hijí... cuando yo te lo digo... Esto anda mal, y los curas tienen la culpa de todo... Mi padre, que<br />

sabe mucho y es amigo de los pejes gordos, dice que cuando venga la cosa, hay que ahorcar a mucho<br />

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