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El doctor Centeno<br />
usted pudiera reintegrarse a su ser total, y si los procedimientos de la Educación Completa , que<br />
tengo el honor de defender y propalar, serían eficaces para aquel alto fin.<br />
»¡Ah!... Sr. de Capadocia, diga usted a los mal educados jóvenes que le han dirigido a mí, que no<br />
es de corazones nobles hacer escarnio de principios que no se comprenden; dígales usted que mis<br />
planes no son para perros ni para gandules que padecen, entro otros males, la mutilación del rudimento<br />
cristiano del respeto a los semejantes. Excluidos están ¡ah!, todos ellos, por su grosería, por su falta<br />
de sentimiento social y caritativo, de los beneficios de la Educación Completa . Y pues el señor D.<br />
Julián ha de tener sobre ellos alguna influencia, siquiera por el parentesco patológico o la comunidad<br />
de dolencia, convénzales de su triste situación, y hágales ver que están llenos de vicios físicos, morales<br />
e intelectuales. A los que heredaron de sus padres y maestros, reúnen los que ellos adquieren todos los<br />
días con su vida disipada y antihigiénica, así como en el estudiar vicioso. ¡Oh!, son enfermos que me<br />
dan lástima, porque veo mejor que nadie sus llagas horrorosas. Esos pobres tontos no comprenden que<br />
la adquisición de todo conocimiento tiene dos valores, uno como saber y otro como disciplina . Este<br />
último ¡ah!, lo desconocen, como el ciego de nacimiento desconoce la luz, estando rodeado de ella.<br />
»Repítales usted estas palabras a todos y particularmente a ese caballerito, autor de dramas, que le<br />
ha escrito a usted la carta. Ese es el más enfermo de todos y el que más necesita de otros aires. Es el<br />
más lisiado, ¡ah!, el más leproso, él más cojo, manco y ciego de todos. Desconoce la moralidad física,<br />
el culto de la salud, tan respetable como el de la conciencia, como el de la inteligencia. Es un triple<br />
suicida; se está matando por tres partes a la vez, ¡pobre niño! A este es al que más compadezco, por<br />
lo cual debe usted decirlo de mi parte, que lo mejor que puede hacer es morirse, para, que resucite<br />
purificado.<br />
»Esto dirá usted a sus amigos y consejeros. Y usted, señor capellán, reciba una puntera de su<br />
afectísimo<br />
JESÚS DELGADO».<br />
Pasmados se quedaron los muchachos del contenido de la carta, en la cual, junto a los despropósitos,<br />
se veían razones y frases que demostraban agudo entendimiento. Por de pronto, D. Jesús había<br />
comprendido la burla que se le hacía, lo que probaba cierta limitación en su locura. Los burladores<br />
no sabían qué juicio formar de aquel hecho, y había pareceres distintos. Quién le tuvo por hombre<br />
superior, extraviado; quién por un humano alambique de frases extraídas de doctos libros extranjeros,<br />
entonces desconocidos en España. Unos sentían lástima y aun algo de respeto, por lo cual, no querían<br />
llevar adelante la jarana; otros, más audaces y atentos sólo a divertirse, sostenían que la carta era un<br />
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