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El doctor Centeno<br />

»Siendo los que suscriben, Sr. Delgado, escolares que aspiran a la posesión del saber en diferentes<br />

artes y ciencias, no pueden menos de sentirse orgullosísimos de vivir junto al insigne estadista que en<br />

doctas y previsoras leyes ha sabido trazar el camino por donde la juventud marcha a la conquista del<br />

Vellocino de Hierro de los modernos tiempos, Sr. D. Jesús, que es la Instrucción.<br />

»Los que suscriben, Excelentísimo Señor, esperan que usted, con la modestia del verdadero mérito,<br />

aceptará esta humildísima prueba del respeto, de la consideración, del entusiasmo de sus compañeros<br />

de casa, y si tal honra merecen, tendrán por feliz y gloriosa entre todas las noches, la noche del 4 de<br />

Noviembre de 1863...». Seguían las firmas.<br />

La seriedad del acto, el tono grave y ampuloso de Poleró pusieron a D. Jesús Delgado como quien<br />

ve visiones. No supo qué contestar; todo se le volvía hacer cortesías y balbucir gratitudes... Cuando<br />

dijo Poleró aquello de los servicios a la Instrucción pública y del florido ramo, medio se enterneció<br />

el hombre y estuvo a punto de llorar.<br />

Fue, mejor dicho, se dejó llevar; y cuando los dos de la comisión entraron con él en el cuarto,<br />

recibiéronle todos con ruidosos aplausos. El bienaventurado D. Jesús estaba atónito, conmovido y<br />

tan creído de la verdad de lo que pasaba, que no se daba cuenta de la burla. Mientras tomó café, los<br />

otros le abrumaban a cumplidos, lisonjas y felicitaciones de celebérrimos trabajos. Poleró era el único<br />

que faltaba, porque se había encargado de examinar las cartas y descubrir el secreto, acción que no<br />

consideraban villana, tratándose de un loco.<br />

A D. Jesús parecía que le quemaba el asiento. Apenas apuró la taza, ya quería marcharse. Su turbación<br />

y cortedad eran grandes.<br />

«Un momento más» -le decían, deteniéndole casi a la fuerza.<br />

-Si ustedes, ¡oh!, me permitieran retirarme... -respondía él con timidez-. Apenas he empezado mi<br />

tarea...<br />

Por fin le soltaron. Una comisión había de ir a acompañarle a su domicilio. Todo se hizo con aparato y<br />

cortesana pompa. Cuando el infeliz se encerró de nuevo, vierais a Poleró entrar en el cuarto tapándose<br />

la boca para contener la risa. Se tiró en una cama, porque su hilaridad y los esfuerzos que hacía para<br />

sofocarla y no meter ruido, le daban convulsiones...<br />

«¿Pero qué, pero qué es...?».<br />

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