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El doctor Centeno<br />

hundido, más clavado y sepultado en aquella odiosa cama de tormento. Para que este fuera mayor,<br />

su ánimo abatido negábase a buscar en sí mismo, en su propia arrogancia y fecundidad, las fuerzas<br />

reparatrices. Callaban los estímulos mentales del arte, y enmudecían los pruritos íntimos del ideal y el<br />

amor. Todo dormía en él, menos el enfermo; todo, menos la fatiga, el calor, el frío, la cefalalgia, aquel<br />

negro cansancio y aquella pesadez de sus huesos de plomo... ¡Inexplicable desvío el de la tal, que no<br />

había ido a verle más que dos veces desde que estaba allí, y estas dos veces con mucha prisa, porque<br />

tenía que hacer, porque sólo podía disponer de un par de ratitos! No vienen nunca solos los males. A<br />

los referidos, juntose uno que era en todas circunstancias dolorosísimo para el pobre estudiante, y en<br />

aquella terrible casa el mayor de los infortunios. ¡Se le había concluido esa cosa tonta y divina, esa<br />

farándula indispensable, esa nonada omnipotente que llaman dinero!... ¡Qué afanes, qué fatigas para<br />

procurarse algunas cantidades! Felipe no cesaba de salir con cartitas y recados. Volvía casi siempre<br />

con las manos vacías. «Es que ya abusamos -pensaba él-. Razón tienen en no darnos nada».<br />

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