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El doctor Centeno<br />

Último toque. Era ferviente católico, o al menos así lo decía él. Con su mejor amigo era capaz de<br />

pegarse si le hurgaban tantico, sacando a relucir divergencias entre la Fe y la Ciencia. Casamentero<br />

de las ideas, hacía felicísimos himeneos, y para ello tenía caudal copioso de oportunas y originales<br />

razones. Con su verbosidad errática y un si es no es elocuente, defendía todo lo defendible, logrando<br />

encontrar tales armonías entre el Génesis y el telescopio, que al fin sus amigos no tenían más remedio<br />

que callarse.<br />

En el Observatorio su trabajo era más bien meteorológico que astronómico. Desempeñaba una plaza<br />

de auxiliar. Por ausencia o enfermedad de algún astrónomo, hacía las observaciones corrientes y<br />

algunos estudios matemáticos. Aunque no lo hacía mal, sus jefes no le confiaban ningún trabajo<br />

delicado. Tardaba mucho, se fatigaba y además... Entre fórmula y fórmula, ¿cómo no dar descanso<br />

y consuelo al ánimo con un par de versitos?<br />

En los tiempos aquellos en que le conocimos estaba el hombre muy encariñado con una idea católico-<br />

astronómica, que confiaba a sus amigos. Hay motivos para creer que la tenía formulada en difusos<br />

papelotes. La cosa era muy original, y hasta útil, filosófica, y como simbólica de la deseada concordia<br />

entre la Ciencia y la Religión. He aquí la idea de Federico Ruiz.<br />

¿Por qué los planetas y las constelaciones y todas las unidades, familias o grupos sidéreos han de<br />

tener nombres mitológicos? ¿Qué significación ni sentido podemos dar en nuestra edad cristiana<br />

a los nombres y a las aventuras amorosas o criminales de tanto Dios adúltero y brutal, de tanto<br />

semidios canalla, de tanta ninfa sin vergüenza, de tanto animal absurdo? ¿Por ventura no tenemos,<br />

en lo espiritual, nuestro magnífico Cielo cristiano poblado de santos patriarcas, ángeles, profetas,<br />

vírgenes, mártires y serafines? Y si lo tenemos, ¿por qué no hemos de concordarlo y emparejarlo<br />

con el Cielo visible, dando a los astros los excelsos nombres del Cristianismo? Así tendríamos el<br />

Almanaque práctico, religioso y una como cifra exacta de la presencia de los bienaventurados en el<br />

Cielo lo mismo que están esas hermosas luces en el vacío infinito. ¿Qué inconveniente hay en que ese<br />

grandioso planeta, llamado hasta aquí Júpiter , Dios de una falsa doctrina, se llame ahora San José?<br />

Y los demás planetas de nuestro sistema, ¿por qué no habían de tener el nombre de otros patriarcas,<br />

Adán, Noé, Abraham...? Esto se cae de su peso. Pues siguiendo este trabajo de bautizar el firmamento,<br />

las doce partes del Zodiaco vienen que ni de molde para los doce Apóstoles. Todas las constelaciones<br />

boreales y australes tendrían su santo correspondiente y las grandes estrellas representarían los santos<br />

más famosos. Arcturus , por ejemplo, sería San Francisco de Asís; Aldebarán , San Ignacio de<br />

Loyola; el Alpha del Centauro , Santiago; la Cabra , San Gregorio Magno; Vega , San Agustín;<br />

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