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- VIII -<br />

El doctor Centeno<br />

La casa del seis de copas estaba aún abierta. Adentro. Llamaron a la puerta de aquel templo de los<br />

misterios. La mente de Alejandro ardía con vagorosa luz, desparramada y flotante como la llama<br />

que baila sobre el alcohol. Sorprendida estaba doña Isabel de verse visitada por su sobrino a tan<br />

intempestiva hora, pues nunca la había visto en su casa de noche. También mostró la señora alguna<br />

extrañeza al ver a Felipe.<br />

-Es un chico que me acompaña y me hace recados -dijo Alejandro con voz trémula.<br />

Felipe se quedó en el recibimiento, sentado sobre un cajón, y al punto rodeáronle los gatos y el<br />

perrillo, con tantas pruebas de amistad que él les estaba muy agradecido. Doña Isabel entró con<br />

Alejandro en el gabinete de las cuatro cómodas, que estaba alumbrado por un candil de cuatro<br />

mecheros, de aquellos bien labrados y pesadísimos que van desapareciendo con la industria española.<br />

Lo primero que hizo la señora fue tomar una mano de su sobrino y acercarla a la luz para mirarla<br />

bien, diciendo:<br />

-¡Qué uñas!... Pero hombre...<br />

Alejandro sintió vivamente haber olvidado aquel detalle, pues la primera condición para agradar a<br />

su tía era el aseo.<br />

-Es que... he estado toda la tarde revolviendo libros muy empolvados...<br />

-Pero di -prosiguió ella, observándole la ropa-. ¿No tienes cepillo en casa? ¿Pues y esa cabeza? Parece<br />

que te has peinado con una escoba... ¡Qué niños estos del día!... Luego queréis agradar a las damas.<br />

No sé cómo hay mujer que os mire... Verdad que ellas están buenas también. Muy emperejiladas por<br />

fuera, y luego, si se va a mirar... Veremos si te modificas, ahora que no te faltará dinero...<br />

Al oír esta última palabra, Alejandro se estremeció de intimo placer. Los dedos de una divinidad<br />

escondida y misteriosa le acariciaban las entrañas.<br />

-¿Pero qué?... -dijo la tiíta con vacilación, acercando sus manos de torneado marfil a la cómoda-.<br />

¿Te vas a llevar eso esta noche?... ¿No tienes miedo a los ladrones?<br />

No queriendo mostrar Alejandro, por delicadeza, los abrasadores deseos que tenía de poseer aquel<br />

tesoro, murmuró estas palabras:<br />

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