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El doctor Centeno<br />

Felipe no pudo ver sino breves instantes a Juanito; pero este tuvo tiempo para hablarle del encuentro<br />

de la noche anterior, y añadió esta observación maligna:<br />

«A mamá le conté lo que vimos. ¿Hijí, sabes lo que dice mamá? Que tu amo es un buen peje, y las<br />

chicas esas unas cursis ».<br />

Indignadísimo y avergonzado Felipe, sólo contestó a su amigo dándole un empujón hasta ponerle<br />

en medio del arroyo. Que no se pegaran aquella noche, fue prueba evidente de su cordial y sólida<br />

amistad. Felipe no podía pensar nada malo de su maestro, a quien tenía por el mejor y más completo<br />

de los hombres, sin que alteraran esta opinión la crueldad y saña de que eran víctimas los alumnos.<br />

Y tan gratamente impresionado estaba el ánimo del buen Doctor con las palabras que en su defensa<br />

había dicho don Pedro aquella noche, que subió al desván pensando en él y representándose una<br />

escena, un lance en que los dos, maestro y discípulo, eran muy amigos y se contaban cariñosamente<br />

sus respectivas cuitas y aventuras.<br />

Antes de acostarse se puso la cabeza del toro y jugó larguísimo rato. Algunas figuras quedaron en<br />

disposición de ir a la enfermería... «¡Oh! -pensaba él-. Si me atreviera... si me vieran entrar con mi<br />

cabeza de animal... ¡María Santísima!... ¡Pues sí me atreveré! D. Pedro no me dirá nada. Es mi amigo<br />

y me quiere mucho... Si sabe que llevo allá mi cabeza, se reirá y... porque hoy por ti y mañana por<br />

mí... Todos pecamos».<br />

Al día siguiente Doña Claudia dio un grito ¡ay!, y con tanto énfasis señaló un punto de la Lista<br />

grande , que le hizo un agujero pasando su dedo a la otra parte. El 222 había tenido un premio<br />

pequeño, tan pequeño que no valía la pena de celebrarlo con grande algazara. No obstante, el feliz<br />

suceso era tan raro, que la señora alborotó la casa.<br />

«Anda, corre, vuela -dijo a Felipe después de comer-. Lleva la lista a doña Enriqueta (la fotógrafa)<br />

y a Amparo. ¡Pobre Amparo!, ¡cuánto me alegro!, le han tocado seis pesetas. Diles que mañana se<br />

cobrará y que vengan a recoger su parte».<br />

Aquella mañana en que debía cobrarse el capital ganado (obra de ciento sesenta reales) llegó con la<br />

puntualidad de todas las mañanas que se convierten en hoy, haya o no en ellas cantidades que ganar<br />

o perder. Era jueves, día de medio asueto en la temporada de verano. Por la tarde los chicos se iban<br />

de paseo, y D. José Ido descansaba de sus hercúleas tareas... Era jueves, y Andrés Pasarón, el hijo<br />

del tendero de ultramarinos, había pegado en una tabla del solar el cartel risueño de azul y oro que<br />

decía: « Corría extralinaria a munificio de la Munificencia », con toda la relación de los toros,<br />

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