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El doctor Centeno<br />

Al decir esto despedían sus ojos los mismos fulgores plateados y verdosos que Alejandro había<br />

observado otras veces en el extraño mirar de su tía. Y otra vez hacía la Godoy el consabido gesto en<br />

el aire con la nerviosa mano, diciendo:<br />

-Arre, arre, caballito del diablo... ¡Esto no es tuyo, no es tuyo!<br />

Miquis sintió como un gran temor, y alargando la mano para tomar lo que se le daba, apenas se<br />

atrevía a tocarlo. Pero ella, cerrada de un golpe la cómoda, se sentó, y extendiendo sobre su regazo<br />

los billetes de Banco, puso las cosas en la realidad con esta salmodia aritmética:<br />

-Entérate... Quinientos y quinientos, mil... Dos mil, cuatro, ocho... doce, diez y seis... El pico aquí<br />

está: diez duros y tres pesetas...<br />

¿Qué pensaba y qué sentía el estudiante al ver aquel sueño hecho vida, aquella mentira verdad,<br />

aquella fiebre de su alma resuelta en oro, ni más ni menos que todo el movimiento del Universo,<br />

según dicen, se resuelve en calor? Pues su mente poderosa, aunque infantil, no sabía descender a la<br />

realidad desde el firmamento de las leyendas; estaba arriba, en las preñadas nubes de donde llueven<br />

la magia, la quiromancia y los sortilegios. No podía bajar a la verdad terrestre; y como por la mañana<br />

había entretenido su afán con aquellas quimeras de los astros que hablan y del horóscopo, creíase en<br />

lo más tenebroso y poético de la Edad Media, entre magos y nigromantes. Conociendo la afición de<br />

su tía a echar las cartas, todos los pormenores de aquel suceso estaban muy en su lugar, así como la<br />

casa era laboratorio de alquimista, al cual sólo faltaban las telarañas para estar en perfecto carácter.<br />

Sí; aquel dinero había venido a sus manos por arte de alquimia o por dictamen de estrellas, coluros o<br />

melenudos cometas. Quizás aquellos billetes eran figurados y en realidad engañosos naipes egipcios,<br />

que se iban a deshacer en sus manos tan pronto como los tocara.<br />

-Cuéntalos tú ahora...<br />

-No, si está bien... No faltaba más.<br />

-Hazme el favor de contarlo... No quiero que...<br />

-Por Dios, tiíta... -balbució Miquis con gran torpeza de lengua y de manos.<br />

Los billetes eran billetes... Al tomarlos, sensación dulce y placentera se extendió por su cuerpo,<br />

partiendo de las yemas de los dedos. Contarlos no le parecía bien. Además, en su febril dicha, no le<br />

importaba recibir un billete de menos.<br />

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