La esencia de <strong>la</strong> fe no consiste en <strong>la</strong> coincidencia de <strong>la</strong> fe con<strong>la</strong> razón general, sino en su diferencia. La peculiaridad es elcondimento de <strong>la</strong> fe.Por eso su contenido mismo está ligado a un tiempo históricoy determinado, a un lugar determinado a un nombre determinado.Identificar <strong>la</strong> fe con <strong>la</strong> razón sería extinguir <strong>la</strong> diferencia entreambas. Si, por ejemplo, <strong>la</strong> creencia en el pecado de Adán no dijeraotra cosa sino que el hombre, por su naturaleza, no es como debeser, entonces atribuiría a ese hecho sólo una verdad general yracional, una verdad que conoce cada hombre y que afirma hastael salvaje con el sólo hecho de que cubre su desnudez con unapiel. Pues ¿qué otra cosa significa cubrirse sino que el individuohumano, por su naturaleza, no es así como debe ser? Por cierto, elpecado de Adán contiene esa idea general como fundamento; peroaquello que lo convierte en un objeto de fe, en una verdadreligiosa, es precisamente aquello peculiar y diferente que nocoincide con <strong>la</strong> razón universal.Debe existir siempre y necesariamente, por supuesto, unare<strong>la</strong>ción entre <strong>la</strong> reflexión y los objetos de <strong>la</strong> religión una re<strong>la</strong>ciónque, en nuestro concepto, ilumina dichos objetos pero que, en elsentido de <strong>la</strong> religión o por lo menos de <strong>la</strong> teología, los disuelve ydestruye. Por eso <strong>la</strong> presente obra aspira a demostrar que losmisterios sobrenaturales de <strong>la</strong> religión tienen por base verdadesmuy sencil<strong>la</strong>s y naturales. Para eso es imprescindible tener encuenta <strong>la</strong> diferencia esencial entre <strong>la</strong> filosofía y <strong>la</strong> religión; de locontrario, se corre el peligro de explicar <strong>la</strong> religión por el<strong>la</strong> misma.La diferencia esencial entre <strong>la</strong> religión y <strong>la</strong> filosofía <strong>la</strong> fundamenta,empero, <strong>la</strong> imagen. La religión es esencialmente. Dios mismo es unser dramático, es decir, un ser personal. Quien le quita a <strong>la</strong> religión<strong>la</strong> imagen, le quita su materia (Sache) y tiene so<strong>la</strong>mente en susmanos un caput mortuum. La imagen es, en cuanto de imagen, unacosa.En esta obra <strong>la</strong>s imágenes de <strong>la</strong> religión no serán convertidasen ideas -por lo menos no en el sentido de <strong>la</strong> filosofía especu<strong>la</strong>tivade <strong>la</strong> religión- ni serán convertidas en cosas; sino que seránconsideradas como imágenes, vale decir, que <strong>la</strong> teología serátratada no como una pragmatología mística, tal como lo hace <strong>la</strong>mitología cristiana, ni como ontología, tal como lo hace <strong>la</strong> filosofíaespecu<strong>la</strong>tiva de <strong>la</strong> religión, sino como patología psíquica.El método seguido en este libro por el autor esabsolutamente objetivo, como el método de <strong>la</strong> química analítica.Por eso, donde es necesario y posible, se cita documentosprobatorios, en parte en el mismo texto, en parte en <strong>la</strong>s notas de<strong>la</strong>péndice, para legitimar <strong>la</strong>s conclusiones obtenidas por el análisis,vale decir, para demostrar que estas conclusiones sonobjetivamente fundadas. Por lo tanto, si los resultados de estemétodo son l<strong>la</strong>mativos e ilegítimos, entonces habrá que ser tanjusto como para atribuirlo no al método sino al objeto.El hecho de que el autor haya buscado sus testimonios en e<strong>la</strong>cervo de los siglos pasados tiene su razón de ser. También elcristianismo ha tenido sus tiempos clásicos, y sólo aquelloverdaderamente grande y clásico es digno de ser pensado; lodemás pertenece al foro de lo cómico o de <strong>la</strong> sátira. Por lo tanto,para poder estimar el cristianismo como un objeto digno deconsideración el autor debió prescindir del cristianismo disoluto ysin carácter, confortable, literario, versátil, epicúreo de hoy, y hatenido que remitirse a los tiempos en que <strong>la</strong> novia de Cristo eratodavía una virgen casta e inmacu<strong>la</strong>da, que aún no habíaentretejido en <strong>la</strong> corona de espinas de su novio celeste los mirtos yrosas de <strong>la</strong> Venus pagana, para no desmayarse ante el aspecto deun Dios sufriente; tiempo en que el<strong>la</strong>, pobre por cierto, en tesorosterrestres, se sentía sin embargo sumamente rica y feliz en el gocede los secretos de un amor sobrenatural.El cristianismo de hoy no tiene más testimonios que los de susordidez y raquitismo. Si acaso aún poseyera algo, no lo tendríapor sí mismo, pues vive de <strong>la</strong> limosna del pasado. En efecto, si elcristianismo moderno hubiera sido objeto digno de una críticafilosófica, el autor se habría ahorrado <strong>la</strong> <strong>la</strong>bor de <strong>la</strong> reflexión y delestudio que le ha costado esta obra. Pues lo que en este libro serádemostrado, por decir así, a priori, o sea, el hecho de que elsecreto de <strong>la</strong> teología es <strong>la</strong> antropología, ha sido evidenciado, hacemucho, a posteriori por <strong>la</strong> historia de <strong>la</strong> teología. La historia deldogma, mejor dicho de <strong>la</strong> teología en general, es <strong>la</strong> crítica deldogma y de <strong>la</strong> teología. La teología ha sido convertida, hace yamucho, en una antropología. De esta manera <strong>la</strong> historia harealizado y convertido en un objeto de <strong>la</strong> conciencia lo que de porsí -y por ello el método de Hegel es completamente exacto ehistóricamente fundado- era <strong>la</strong> esencia de <strong>la</strong> teología.2
Pero aunque <strong>la</strong> "infinita libertad y personalidad" del mundomoderno se ha apoderado de <strong>la</strong> religión cristiana y de <strong>la</strong> teología,de tal manera que <strong>la</strong> diferencia entre el Espíritu Santo, comoproductor de <strong>la</strong> reve<strong>la</strong>ción divina, y el espíritu humano, comoconsumidor, fuera anu<strong>la</strong>do, siendo el contenido sobrenatural ysobrehumano del cristianismo desde hace mucho completamentenaturalizado y antropomorfizado, <strong>la</strong> esencia sobrehumana ysobrenatural del antiguo cristianismo sigue, a pesar de esto, por lomenos como un espectro, todavía en <strong>la</strong> conciencia de los hombres,aun en nuestro tiempo y religión, debido a <strong>la</strong> indecisión humana y<strong>la</strong> falta de carácter. Habría sido, sin embargo, tarea sin ningúninterés filosófico, si el autor se hubiera propuesto demostrar eneste trabajo que dicho espectro moderno sólo es una ilusión y unautoengaño del hombre. Los espectros son sombras del pasado y,en consecuencia, nos imponen esta pregunta: ¿Qué ha sido algunavez ese espectro, cuando era todavía un ser de carne y sangre?El autor debe pedir al lector que no olvide que si escribecosas de tiempos pasados, no <strong>la</strong>s escribe sino en función delpresente y para el tiempo presente; por lo tanto, que no pierde devista el espectro actual, mientras contemp<strong>la</strong> <strong>la</strong> esencia originaria, yque recuerde, finalmente, que por más que el contenido de estaobra sea patológico o fisiológico, sin embargo, su objeto es a <strong>la</strong> vezterapéutico y práctico.CAPÍTULO ILa esencia del hombre en general<strong>LA</strong> RELIGIÓN DESCANSA en <strong>la</strong> diferencia esencial queexiste entre el hombre y el animal, los animales no tienen ningunareligión. Los antiguos naturalistas, sin criterio científico, atribuían alelefante, entre otras particu<strong>la</strong>ridades loables, también <strong>la</strong> virtud de <strong>la</strong>religiosidad; pero <strong>la</strong> religión del elefante pertenece al reino de <strong>la</strong>sfábu<strong>la</strong>s.Cuvier, uno de los más grandes conocedores del reinoanimal, sostiene, a base de observaciones propias, que el elefanteno tiene capacidad intelectual mayor que <strong>la</strong> del perro.Pero, ¿en qué consiste esa diferencia esencial que hay entreel hombre y el animal? La contestación más sencil<strong>la</strong> y másgeneralizada, y también <strong>la</strong> más popu<strong>la</strong>r, es: en <strong>la</strong> conciencia, pero<strong>la</strong> conciencia en el sentido estricto de una sensación de sí mismo,de una fuerza de distinción sensible, de <strong>la</strong> percepción y hasta deun juicio de <strong>la</strong>s cosas exteriores según característicasdeterminadas y perceptibles, pues semejante conciencia no puedenegarse a los animales. En cambio <strong>la</strong> conciencia, en el sentidoestricto, sólo se encuentra allí donde un ser tiene como objeto supropia esencia, su propio género. El animal, por cierto, puede tenercomo objeto de su observación <strong>la</strong> propia individualidad y por esotiene <strong>la</strong> sensación de sí mismo, pero no puede considerar esaindividualidad como esencia, como género. Por consiguiente lefalta aquel<strong>la</strong> conciencia que deriva su nombre del saber. Dondehay conciencia, allí existe <strong>la</strong> aptitud para <strong>la</strong> ciencia. La ciencia es <strong>la</strong>conciencia de los géneros. En <strong>la</strong> vida, nosotros tratamos con losindividuos: en <strong>la</strong> ciencia, con los géneros. Pero sólo un ser cuyoobjeto es su propio género, su esencialidad, puede tener por objetode reflexión otras cosas o seres, según su naturaleza esencial.Por eso el animal tiene so<strong>la</strong>mente una vida simple. Elhombre, en cambio, posee una vida doble, pues para el animal <strong>la</strong>vida interior se identifica con <strong>la</strong> exterior. El hombre, empero, tieneuna vida interior y una exterior. La vida interior del hombre es <strong>la</strong>vida en re<strong>la</strong>ción a su género, a su esencia. El hombre piensa,quiere decir, conversa, hab<strong>la</strong> consigo mismo. El animal no puedeejecutar ninguna función propia de su especie sin otro ser fuera deél, pero el hombre puede ejecutar <strong>la</strong> función propia de su especie,o sea: <strong>la</strong> de pensar y <strong>la</strong> de hab<strong>la</strong>r -pues ambas son verdaderasfunciones de <strong>la</strong> especie- independientemente de otro individuo. Elhombre es a <strong>la</strong> vez para sí mismo el yo y el tú; él puede colocarseen el lugar del otro, precisamente porque no so<strong>la</strong>mente suindividualidad, sino también su género y su esencia, son losobjetos de su reflexión.La esencia del hombre que lo distingue del animal no esso<strong>la</strong>mente <strong>la</strong> causa, sino también el objeto de <strong>la</strong> religión. Pero <strong>la</strong>religión es <strong>la</strong> conciencia del infinito; es, por lo tanto, <strong>la</strong> concienciaque tiene el hombre, de su esencia no finita, no limitada, sinoinfinita. Y no puede ser otra cosa; pues una esenciaverdaderamente finita no tiene ni <strong>la</strong> más remota idea, por no decirconciencia, de un ser infinito; porque el límite del ser es también ellímite de <strong>la</strong> conciencia. La conciencia de una oruga, cuya vida yesencia está limitada a determinadas especies de p<strong>la</strong>ntas, no seextiende tampoco hasta más allá de ese terreno limitado: el<strong>la</strong>3
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