moral, no de <strong>la</strong> naturaleza, sino exclusivamente de <strong>la</strong> voluntad, esuna perfección de <strong>la</strong> voluntad, es <strong>la</strong> voluntad perfecta. Pero nopuedo concebir <strong>la</strong> voluntad perfecta. <strong>la</strong> voluntad que es idénticacon <strong>la</strong> ley, que es <strong>la</strong> misma ley, sin concebida a <strong>la</strong> vez como objetode <strong>la</strong> voluntad, vale decir, como deber para mí. En una pa<strong>la</strong>bra: <strong>la</strong>idea del ser moralmente perfecto, no es de ninguna manera sólouna idea teórica y apacible, sino que a <strong>la</strong> vez es práctica, puesincita a <strong>la</strong> acción y a <strong>la</strong> imitación y me pone en tensión ycontradicción conmigo mismo. Pues al decirme cómo debo ser, medice a <strong>la</strong> vez sin ninguna c<strong>la</strong>se de adu<strong>la</strong>ción lo que no soy y estadiscrepancia es en <strong>la</strong> religión tanto más penosa y tanto más terriblepor cuanto opone al hombre su propio ser, como si fuera otro yademás como si fuera un ser personal, como un ser que odia ymaldice a los pecadores excluyéndolos de su gracia y de <strong>la</strong> fuentede toda salvación y felicidad.¿Y de qué modo se salva el hombre de esta discrepancia queexiste entre él y el ser perfecto, de <strong>la</strong> pena de <strong>la</strong> conciencia de suspecados, del sufrimiento proveniente de <strong>la</strong> sensación de sunihilidad? ¿Cómo le quita al pecado su aguijón mortífero? Sóloconvirtiendo el corazón y el amor en <strong>la</strong> conciencia del poder y de <strong>la</strong>verdad, considerando el Ser Divino no ya como una ley, como unser moral, o un ser intelectual, sino más bien como un ser amante ycordial y que subjetivamente sea también humano.La inteligencia sólo juzga según el rigor de <strong>la</strong> ley; el corazón,en cambio, se acomoda, es benigno, benévolo, considerado,humano. A <strong>la</strong> ley, que sólo representa <strong>la</strong> perfección moral, nadiepuede satisfacer<strong>la</strong>; pero por eso mismo no basta <strong>la</strong> ley para elhombre, para el corazón. La ley condena; pero el corazón seapiada del pecador. La ley sólo me afirma como ser abstracto, elcorazón como ser real. El corazón me da <strong>la</strong> conciencia de que yosoy hombre, <strong>la</strong> ley sólo me hace ver que soy un pecador, que nosoy nada. La ley somete al hombre bajo su dominio, el amor lohace libre.El amor es el vínculo, el principio de mediación entre el serperfecto y el imperfecto, entre el ser pecaminoso y el puro, entre logeneral y lo individual, entre <strong>la</strong> ley y el corazón, entre lo divino y lohumano. El amor es Dios mismo y fuera del amor no hay Dios. E<strong>la</strong>mor hace del hombre un Dios y convierte a Dios en un hombre. E<strong>la</strong>mor fortifica lo débil y debilita lo fuerte, humil<strong>la</strong> lo altivo y eleva lohumilde, idealiza <strong>la</strong> materia y materializa al espíritu. El amor es <strong>la</strong>24unidad verdadera entre el Dios y el hombre, entre el espíritu y <strong>la</strong>naturaleza. En el amor, <strong>la</strong> naturaleza ordinaria se vuelve espíritu yel espíritu noble se vuelve naturaleza. Amor, visto desde el espíritu,significa superar el espíritu; visto desde <strong>la</strong> materia significa superar<strong>la</strong> materia. El amor es materialismo; un amor inmaterial carece desentido. En el afán del amor hacia un objeto remoto, afirma elidealista abstracto, contra su voluntad, <strong>la</strong> realidad de <strong>la</strong>sensibilidad. Pero al mismo tiempo el amor es el idealismo de <strong>la</strong>naturaleza; el amor es espíritu. Sólo el amor convierte al ruiseñoren un cantor: sólo el amor adorna los órganos de reproducción de<strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta con un cáliz. Pero ¡cuántos mi<strong>la</strong>gros produce el amor ennuestra vida diaria! Lo que separa <strong>la</strong> fe, <strong>la</strong> confusión, <strong>la</strong> locura, loune el amor. Lo que los antiguos místicos decían de Diosexpresando que sería el ser más sublime y, sin embargo, másordinario, esto vale en realidad del amor y no de un amor soñado eimaginario sino del amor real, del amor que consta de carne y desangre.Efectivamente, sólo del amor que consta de carne y desangre, pues sólo este amor puede perdonar los pecadoscometidos por carne y sangre. Un ser exclusivamente moral nopuede perdonar lo que es contra <strong>la</strong> ley de <strong>la</strong> moralidad. Lo queniega a <strong>la</strong> ley, es negado por <strong>la</strong> ley. El juez moral que no dejapenetrar sangre humana en su sentencia, condena sinconsideraciones e inexorablemente al pecador. Por lo tanto, si seconsidera a Dios como un ser que perdona pecados, no se lecontemp<strong>la</strong> por cierto como un ser inmoral, pero tampoco como unser humano. La supresión del pecado significa <strong>la</strong> supresión de <strong>la</strong>justicia abstracta moral -y <strong>la</strong> afirmación del amor, de <strong>la</strong>misericordia, de <strong>la</strong> sentimentalidad-. Los seres abstractos no sonlos seres sensibles, misericordiosos. La misericordia es <strong>la</strong> justiciade <strong>la</strong> sensibilidad. Por eso Dios perdona los pecados de loshombres no como Dios abstracto, intelectual, sino como Diossensible hecho carne. Dios, como hombre, no peca; pero reconocey hasta se carga de los sufrimientos, de <strong>la</strong>s necesidades, de <strong>la</strong>sangustias, de <strong>la</strong> sensibilidad. La sangre de Cristo nos limpia antelos ojos de Dios de nuestros pecados y es so<strong>la</strong>mente su sangrehumana <strong>la</strong> que hace a Dios misericordioso y apaga su ira, es decir,que nuestros pecados nos son perdonados no porque no somosseres abstractos, sino porque somos seres de carne y de sangre.CAPÍTULO V
El misterio de <strong>la</strong> encarnación o Dios como ser sentimentalES POR <strong>LA</strong> CONCIENCIA <strong>DEL</strong> AMOR por <strong>la</strong> cual el hombrese reconcilia con Dios o más bien consigo mismo, o sea con su serque se le enfrenta en <strong>la</strong> ley, como si fuera otro ser. La concienciadel amor divino o lo que es lo mismo, <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ción de Dioscomo un ser humano, es el misterio de <strong>la</strong> encarnación, del Diosque se ha hecho carne, o que se ha convertido en hombre. Laencarnación no es otra cosa sino <strong>la</strong> aparición perceptible y efectivade <strong>la</strong> naturaleza humana de Dios. Dios no se ha hecho hombre acausa de sí mismo; es <strong>la</strong> angustia, <strong>la</strong> necesidad del hombre –unanecesidad que por lo demás hoy todavía reside en un almareligiosa- <strong>la</strong> causa de <strong>la</strong> encarnación. Dios se ha hecho hombre pormisericordia, luego ya en sí mismo era un Dios humano antes deque se convirtiera en un hombre real; porque afectó a su corazón <strong>la</strong>necesidad humana, <strong>la</strong> miseria humana. La encarnación era unalágrima de <strong>la</strong> misericordia divina, luego es so<strong>la</strong>mente <strong>la</strong>manifestación de un ser humanamente sensible y por esoesencialmente humano.Cuando uno, en <strong>la</strong> encarnación, sólo contemp<strong>la</strong> al Dioshecho hombre; por lo tanto dicha encarnación aparece como unacontecimiento sorprendente, inexplicable y maravilloso. Pero elDios hecho hombre sólo es <strong>la</strong> aparición del hombre hecho Dios;por eso a <strong>la</strong> condescendencia de Dios hacia el hombre, precedenecesariamente <strong>la</strong> elevación del hombre a Dios. El hombre yaexistía en Dios, ya era Dios mismo, antes de que Dios seconvirtiera en un hombre, es decir, se manifestara como hombre.De lo contrario, ¿cómo podría Dios haberse hecho hombre? Elviejo principio "de nada, nada se hace" vale también en este caso.Un rey que no se preocupa de <strong>la</strong> salud de sus súbditos, que desdesu trono no vive con su espíritu en los hogares de aquellos que ensu modo de pensar no hab<strong>la</strong> como el "hombre común", tal reytampoco corporalmente descenderá de su trono para hacer feliz asu pueblo con su presencia personal. ¿Acaso no ha ascendido elsúbdito hacia el rey antes de que el rey descienda al súbdito? Y síel súbdito se siente honrado y feliz por <strong>la</strong> presencia de su rey,acaso este sentimiento sólo se refiere a esta presencia visiblecomo tal o más bien a <strong>la</strong> presencia del espíritu de aquel reyhumano que es <strong>la</strong> causa de esta presencia. Pero lo que en verdadde <strong>la</strong> religión es <strong>la</strong> causa, esto se convierte en <strong>la</strong> conciencia de <strong>la</strong>religión, en consecuencia. Así, <strong>la</strong> elevación del hombre a Dios se25ha convertido en una consecuencia de <strong>la</strong> condescendencia de Dioshacia el hombre. Dios, dice <strong>la</strong> religión, se humanizó para divinizaral hombre.Lo profundo e inconcebible, es decir, lo contradictorio que seencuentra en <strong>la</strong> frase "Dios es o se hace hombre", sólo provienedel hecho de que se confunda el concepto o <strong>la</strong>s determinacionesdel ser general ilimitado metafísico con el concepto o <strong>la</strong>sdeterminaciones del Dios religioso, o sea <strong>la</strong>s determinaciones de <strong>la</strong>inteligencia con <strong>la</strong>s determinaciones del corazón: una confusiónque es el mayor obstáculo del conocimiento verdadero de <strong>la</strong>religión. Pero en realidad trátase sólo de <strong>la</strong> forma humana de Dios,que ya en su esencia, en lo más profundo de su alma, es un Diosmisericordioso, humano.En <strong>la</strong> doctrina eclesiástica esto se expresa de tal manera queno se encarna <strong>la</strong> primera persona de <strong>la</strong> divinidad, sino <strong>la</strong> segunda,que representa al hombre en y de<strong>la</strong>nte de Dios. Pero esta segundapersona es, en realidad, como se verá más ade<strong>la</strong>nte, <strong>la</strong> verdadera,total y primera persona de <strong>la</strong> religión. La encarnación sólo sin esteconcepto de mediación, representa su punto de partida, esnecesaria y lógica. De ahí que asegurar que <strong>la</strong> encarnación sea unhecho puramente empírico o histórico que sólo puede conocersemediante una reve<strong>la</strong>ción teológica es <strong>la</strong> manifestación de unmaterialismo religioso absolutamente estúpido; pues <strong>la</strong>encarnación es una consecuencia que descansa en una premisamuy fácil de comprender, pero asimismo es erróneo si se quierededucir a <strong>la</strong> encarnación de razones puramente especu<strong>la</strong>tivas, esdecir, metafísicas y abstractas; porque <strong>la</strong> metafísica sólo pertenecea <strong>la</strong> primera persona que no encarna y que no es una personadramática. Semejante deducción a lo sumo podría justificarse en elcaso de que se quisiera deducir conscientemente de <strong>la</strong> metafísica<strong>la</strong> negación de el<strong>la</strong> misma.Por este ejemplo vemos cómo se distingue <strong>la</strong> antropología de<strong>la</strong> filosofía especu<strong>la</strong>tiva. La antropología no considera a <strong>la</strong>encarnación como un misterio especial y estupendo tal como <strong>la</strong>especu<strong>la</strong>ción deslumbrada por <strong>la</strong> apariencia mística; el<strong>la</strong> más biendestruye <strong>la</strong> ilusión de que después de <strong>la</strong> encarnación hubiera unmisterio especial y sobrenatural; el<strong>la</strong> critica el dogma y lo reduce asus elementos innatos al hombre, a su origen intrínseco y su puntocentral o sea al amor.
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