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LA ESENCIA DEL CRISTIANISMO Ludwig Feuerbach Prólogo a la ...

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sólo vive para sus sentimientos, allí <strong>la</strong> fantasía es una actividadinmediata e involutiva.La explicación del mi<strong>la</strong>gro como producto del sentimiento yde <strong>la</strong> fantasía, se considera hoy día como superficial. Pero hay queimaginarse aquellos tiempos en que se creía en mi<strong>la</strong>gros actualesy presentes, cuando <strong>la</strong> verdad y <strong>la</strong> existencia de <strong>la</strong>s cosas fuera denosotros todavía no era un artículo sagrado de fe, cuando loshombres vivían tan separados de un concepto general deluniverso, que día por día esperaban el fin del mundo, cuando sólovivían con <strong>la</strong> visión embriagadora de un cielo, viviendo luego en <strong>la</strong>imaginación -pues sea el cielo como fuese para ellos, por lo menosexistía, mientras que estaban en <strong>la</strong> tierra sólo en <strong>la</strong> facultadimaginativa-, cuando esa imaginación no era imaginación, sino <strong>la</strong>verdad, y hasta <strong>la</strong> verdad eterna y exclusiva y que era noso<strong>la</strong>mente un mero medio de conso<strong>la</strong>ción, sino también principiomoral práctico que determinaba <strong>la</strong>s acciones, y al cual los hombresgustosamente sacrificaban <strong>la</strong> vida real, el mundo real con todo suesplendor y gloria. Hay que compenetrarse de esto, y entonces,uno sería muy superficial si dec<strong>la</strong>rara <strong>la</strong> explicación psicológica delmi<strong>la</strong>gro como superficial. No es ninguna objeción válida alegar queesos mi<strong>la</strong>gros se hayan realizado a <strong>la</strong> vista de asambleas enteras:ni uno de los participantes era consciente de sí mismo, todosestaban embriagados de imaginaciones y sensaciones excesivas ysobrenaturales; todos estaban animados por <strong>la</strong> misma fe, por <strong>la</strong>misma esperanza y <strong>la</strong> misma fantasía. ¿Y quién desconoce queexisten también sueños colectivos de <strong>la</strong> misma índole, y visionescolectivas iguales, especialmente en individuos sentimentales,limitados en sí mismos y a sí mismos y que están estrechamentevincu<strong>la</strong>dos entre ellos? Pero, sea como fuese; si <strong>la</strong> explicación delmi<strong>la</strong>gro por medio del sentimiento y de <strong>la</strong> fantasía es superficial, <strong>la</strong>culpa no <strong>la</strong> tiene el que los explica así, sino el mismo objeto: elmi<strong>la</strong>gro; pues el mi<strong>la</strong>gro, visto a <strong>la</strong> luz, no expresa otra cosa sino <strong>la</strong>fuerza mágica de <strong>la</strong> fantasía, que colma, sin contradicción, todoslos deseos del corazón.CAPÍTULO XVEl misterio de <strong>la</strong> resurrección y del nacimiento sobrenatural<strong>LA</strong> CUALIDAD DE <strong>LA</strong> VIDA AFECTIVA no so<strong>la</strong>mente rigepara los mi<strong>la</strong>gros prácticos, donde salta de por sí a <strong>la</strong> vista, porque60se refieren directamente al bienestar y al deseo del individuohumano, sino que vale también para los mi<strong>la</strong>gros teóricos odogmáticos propiamente dichos. Así, ante el mi<strong>la</strong>gro de <strong>la</strong>resurrección y del nacimiento sobrenatural.El hombre, por lo menos en estado de bienestar, tiene eldeseo de no morir. Este deseo es en un principio idéntico con eldeseo de <strong>la</strong> conservación. Todo lo que vive quiere conservarse,quiere vivir y no morir. Este deseo negativo se transforma, enreflexiones posteriores y en el sentimiento, debido al impulso de <strong>la</strong>vida, especialmente de <strong>la</strong> vida social y política, en el deseopositivo, en el deseo hacia una vida, una vida mejor después de <strong>la</strong>muerte. Pero, unido con este deseo, va también el anhelo hacia <strong>la</strong>certeza de esta esperanza. La inteligencia no puede cumplir estaesperanza. Por eso se ha dicho: Todas <strong>la</strong>s pruebas en favor de <strong>la</strong>inmortalidad son insuficientes y hasta se ha dicho que <strong>la</strong>inteligencia por sí so<strong>la</strong> no as puede conocer y mucho menostodavía demostrar. Y con razón: <strong>la</strong> Inteligencia sólo da pruebasabstractas y generales; no puede dar <strong>la</strong> certeza de mi inmortalidadpersonal, de <strong>la</strong> certeza que es precisamente <strong>la</strong> que se pide. Peor,para tener semejante certeza, se precisa una garantía inmediata ysensitiva, una prueba efectiva. Pero esta sólo puede darse por elhecho de que un muerto, de cuya muerte hemos estadoconvencidos, resurge de <strong>la</strong> tumba, y además debe ser un muertoque no es indiferente para noSotros, sino que sirva de materia paralos demás: de manera que su resurrección sea también el modeloy <strong>la</strong> garantía de <strong>la</strong> resurrección de los demás. Por eso, <strong>la</strong>resurrección de Jesucristo, es el deseo satisfecho del hombrehacia una certeza inmediata de su inmortalidad personal despuésde <strong>la</strong> muerte, <strong>la</strong> inmortalidad personal como un hecho sensible y nodudoso.La cuestión de <strong>la</strong> inmortalidad era para los filósofos paganosuna cuestión en que el interés de <strong>la</strong> personalidad sólo era unasunto secundario. Tratábase aquí principalmente sólo de <strong>la</strong>naturaleza del alma, del espíritu, de <strong>la</strong> vida misma. En <strong>la</strong> idea de <strong>la</strong>inmortalidad de <strong>la</strong> vida no se hal<strong>la</strong>ba de ninguna manera <strong>la</strong> idea ymenos todavía <strong>la</strong> certeza de <strong>la</strong> inmortalidad personal. Por eso losantiguos se expresan sobre este asunto en forma tanindeterminada, contradictoria y dudosa. En cambio los cristianos,animados de <strong>la</strong> certeza absoluta, de que sus deseos personales ysentimentales serían cumplidos, es decir, animados de <strong>la</strong> certezade <strong>la</strong> esencia divina de sus sentimientos de su verdad y santidad,

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