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sinpermiso<br />
personal”, porque “los ciudadanos recibirían una parte sustancial<br />
de sus ingresos [en forma de rentas] del capital” (Meade, 1964:<br />
40). Supongamos que compartimos el diagnóstico de Meade,<br />
que no creemos demasiado en la magia y que somos gente a la<br />
que le interesan las implicaciones institucionales de la filosofía<br />
política: ¿qué reformas institucionales podríamos promover hoy<br />
para extender la propiedad del capital entre la ciudadanía de<br />
forma que el desempleo no acabe funcionando como<br />
herramienta de disciplinamiento y exclusión social? Se han<br />
propuesto básicamente dos vías, en función de si lo que nos<br />
proponemos es ampliar entre la ciudadanía la distribución de los<br />
recursos internos o externos. Si lo que buscamos es lo primero,<br />
la estrategia tradicional para distribuir lo más igualitariamente<br />
posible el capital humano y las habilidades –y de esta forma<br />
reducir la dispersión en las rentas antes de impuestos y<br />
transferencias- ha sido la educación. Si todos accedemos al<br />
mercado laboral con una buena formación, las desigualdades se<br />
reducirán (esto es al menos lo que sostienen quienes apuestan<br />
por la vía educativa) y en todo caso las que persistan lo serán<br />
entre niveles de ingresos más o menos altos. Además, existe<br />
cierta evidencia de que los retornos de la inversión pública en<br />
educación son muy altos. El problema de poner todos los<br />
huevos en la cesta de la educación es que, incluso suponiendo<br />
que logra mejorar las condiciones de vida de los trabajadores al<br />
empujar al alza el sistema de precios, deja intactas las<br />
distribuciones de la riqueza y el poder. Quizá por eso Meade,<br />
que escribe en la tradición de la economía política británica de<br />
A. Smith, cree que además de igualar a través del sistema de<br />
precios –incrementando el precio por hora del trabajo de los<br />
empleados a través de la inversión en educación-, es posible<br />
modificar los resultados de la distribución modificando la<br />
estructura de la propiedad del capital. Y aquí tenemos de nuevo<br />
dos estrategias.<br />
La primera es la vía impositiva y encaja bien con el igualitarismo<br />
socialdemócrata. En lo esencial, consiste en gravar la riqueza y<br />
las transmisiones patrimoniales. Su justificación moral queda<br />
bien resumida en la intuición rawlsiana de que las desigualdades<br />
son justas cuando obedecen a nuestro esfuerzo o a nuestras<br />
elecciones pero injustas si responden a diferencias en<br />
circunstancias moralmente arbitrarias (como que Piluca (27) esté<br />
en el 1% más rico de la distribución gracias sólo a los ingresos<br />
que le proporcionan los alquileres de 37 pisos que heredó de<br />
sus padres, mientras que LaJessi (55) no ha pasado nunca del<br />
primer quintil de la distribución a pesar de llevar más de 30 años<br />
trabajando). Pero quienes proponen la vía impositiva no tienen<br />
por qué limitarse a gravar la herencia de Piluca, sino que<br />
podrían proponer también un impuesto al valor de la tierra o,<br />
como Piketty, un impuesto global al capital. La segunda es<br />
redistribuir el valor del capital a través de un dividendo (social) y<br />
encaja bien con el libertarismo de izquierdas. Su justificación en el<br />
plano normativo es que la Tierra (en su versión más incipiente, no<br />
trabajada) es propiedad común y por consiguiente todo aquel que<br />
haga uso de alguno de sus recursos (comunes) ha de pagar un<br />
canon o cuota de usuario, que luego se distribuye igualitariamente<br />
en forma de dividendo social. Un ejemplo es el Alaska Permanent<br />
Fund, experiencia frecuentemente invocada como encarnación<br />
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