Emilio Jéquier, la construcción de un patrimonio
En el marco de las celebraciones de su 140° aniversario, el Museo Nacional de Bellas Artes, con el auspicio de LarrainVial y el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, se impulsó la edición del libro Emilio Jéquier: la construcción de un patrimonio, que rescata por primera vez la obra, la figura y el pensamiento del autor del edificio en el cual se emplaza este Museo, el Palacio de Bellas Artes, inaugurado en 1880.
En el marco de las celebraciones de su 140° aniversario, el Museo Nacional de Bellas Artes, con el auspicio de LarrainVial y el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, se impulsó la edición del libro Emilio Jéquier: la construcción de un patrimonio, que rescata por primera vez la obra, la figura y el pensamiento del autor del edificio en el cual se emplaza este Museo, el Palacio de Bellas Artes, inaugurado en 1880.
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que dibujaron una Y, producto de la implacable lógica
inmobiliaria de hacer rendir al máximo la renta del suelo,
lo cual fue la oportunidad perfecta para que Jéquier
desplegara todo su talento como arquitecto formado en
Beaux Arts. Y, por los resultados, no cabe duda de que la
aprovechó completamente.
La resolución de la planta del edificio, en un sitio
complejo pero singular como éste, fue el comienzo de
todo el despliegue compositivo beauxartiano del que
Jéquier, como ya hemos dicho, hizo gala. En primer lugar,
resaltar el valor del plano de planta como el principal
momento disciplinar y doctrinal, en la que debían quedar
establecidas las claves del edificio. Con ello nos referimos
a la también llamada filosofía del plano: aquella capaz
de proveer todas las respuestas y satisfacer todas las
necesidades proyectuales, especialmente, en aquellos
casos singulares y raros como este. A ella se debe la
profusión de formas que vemos en la planta trazada por
Jéquier; formas capaces de actuar como articulaciones
entre las diferentes partes del edificio, las que, debido a
la forma triangular del sitio, se encuentran en ángulos –o
muy abiertos o muy cerrados–, pero no rectos. En segundo
lugar, el dominio de la técnica del poché, verificable en el
centro de la planta, a través del control siempre coherente
de los espacios residuales dejados por el predominio de
las formas plenas (Pérez, 1994, pp. 46-61). Como también,
por último, la necesidad de hacer visible en el exterior
del edificio estas operaciones distributivas interiores
trazadas en planta. Es así como nos encontramos con
que las esquinas se constituyen a partir de formas
circulares, literalmente, rótulas, que por un lado acusan la
articulación interior y, por otro, se encargan de modular
las fachadas. Estas, a su vez, pueden ser descompuestas
en un amplio repertorio de formas y motivos históricos,
clásicos, tales como tímpanos, pequeñas cúpulas,
pedimentos y, por supuesto, órdenes clásicos al modo
de semicolumnas y pilastras, es decir, enfatizando el
rol portante, estructural, del muro. Muros que, hay que
decirlo, interiormente fueron reforzados con piezas de
metal, porque, sin duda, también había que incorporar las
nuevas técnicas constructivas, pues, a pesar de todo, ya
comenzaba el siglo XX.
Distinto fue el caso del monumental edificio para
la Universidad Católica, ubicado en la Alameda, entre
Portugal y Lira. Como se sabe, esta obra fue emprendida
por Jéquier cuando una parte importante del edificio
ya estaba construido en el extremo poniente del sitio,
aquella que fue destinada al Instituto de Humanidades.
with three streets that drew a “Y”, the result of the
implacable real estate logic of gaining the maximum
revenue from land. All this presented the perfect
opportunity for Jéquier to show off his talent as a
Beaux-Arts architect. And, looking at the results, there
is no doubt that he was completely successful.
The floor plan of the building in such a complex
but singular place as this one was the launching pad
for putting into practice a combination of elements
which made up the Beaux-Arts tradition of which,
as mentioned above, Jéquier excelled. First of all,
the value of the floor plan is highlighted as the main
moment of the discipline and doctrine in which the
keys of the building had to be established. With it we
also refer to the so-called philosophy of the plan, which
was capable of providing all the answers and satisfying
all the project’s needs, especially in particular and
rare cases such as this one. To it we owe the profusion
of forms seen in the plan designed by Jéquier, forms
capable of acting as joints between the different parts
of the building, which, due to the plot’s triangular
form are at very open or very closed angles, but
never at a straight one. Secondly, the mastery of
the poché technique, noticeable in the centre of the
plan, through the always coherent control of the
residual spaces left by the predominance of solid
forms (Pérez, 1994; 46-61). As also, finally, the need
to make visible in the exterior of the building, these
interior distribution operations designed in the plan.
Thus the corners are formed from circular forms that
act as articulations, which on the one hand suggest
the interior joint and, on the other, they modulate
the façades. This in turn can be separated into a
wide repertoire of forms and historical and classical
motifs such as gables, small domes, pediments, and, of
course, classical orders as semi-columns and pilasters,
emphasizing the wall’s structurally bearing role.
Walls that were internally reinforced by metal pieces
because it was undoubtedly necessary to incorporate
new building techniques, since, in spite of everything,
the 19th century had already begun.
A different case was the monumental building for
the Catholic University located in Alameda Avenue
between Portugal and Lira Streets. As we know, this
work was undertaken by Jéquier when a considerable
part of the building was already completed in the
western end of the plot intended for the Institute of
Humanities. The floor plan that structured the project,
Germán Hidalgo Hermosilla
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