Emilio Jéquier, la construcción de un patrimonio
En el marco de las celebraciones de su 140° aniversario, el Museo Nacional de Bellas Artes, con el auspicio de LarrainVial y el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, se impulsó la edición del libro Emilio Jéquier: la construcción de un patrimonio, que rescata por primera vez la obra, la figura y el pensamiento del autor del edificio en el cual se emplaza este Museo, el Palacio de Bellas Artes, inaugurado en 1880.
En el marco de las celebraciones de su 140° aniversario, el Museo Nacional de Bellas Artes, con el auspicio de LarrainVial y el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, se impulsó la edición del libro Emilio Jéquier: la construcción de un patrimonio, que rescata por primera vez la obra, la figura y el pensamiento del autor del edificio en el cual se emplaza este Museo, el Palacio de Bellas Artes, inaugurado en 1880.
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La cubierta nuevamente está soportada por finas
columnas metálicas que, además, sirven como
canalizaciones para evacuar la lluvia y las separan
algunos centímetros de las fachadas en mampostería, en
torno a un patio a la italiana decorado con los colores de
Pompeya. En esta última obra, el principio de un palacio
organizado en torno a un patio central cubierto por una
estructura metálica se aplicaba al edificio mismo que, por
su función, representaba el lugar más emblemático de la
tradición de Beaux-Arts en París.
El triunfo de un modelo de Bellas Artes
Lejos de ser una excepción, esta asociación híbrida
de una arquitectura de mampostería inspirada en la
Antigüedad romana o el Renacimiento italiano –que
utiliza el arte de la escultura monumental y juega con
los efectos de masa– y de una estructura ligera en metal
y vidrio –que hizo crecer en París el número de finas
columnas de hierro fundido similares a las de los frescos
antiguos descubiertos en Pompeya– resultó más bien una
fórmula a la moda. Ahora bien, aunque estaba lejos de
manifestar un conflicto entre el arte y la técnica –y menos
entre arquitectos e ingenieros–, en general se mantuvo
en un nivel de collage o yuxtaposición, y rara vez logró
ofrecer una verdadera síntesis, como en las bibliotecas de
Labrouste. Pero expresaba la voluntad evidente de la École
y sus más brillantes representantes de dominar a la vez la
gran cultura clásica –tanto en su tradición como en sus
extensiones contemporáneas– y los desarrollos recientes
de la ciencia y la industria de la construcción.
Así lo ilustra el proyecto que ganó el Grand Prix de
Rome de 1876, dibujado por George Roussi, que confirma
el rol central de los programas artísticos en estas
búsquedas monumentales. En respuesta a un proyecto
identitario de palacio de Bellas Artes, Roussi propuso un
edificio de plano oblongo organizado en torno a una sala
con un pórtico a lo largo. Se ingresa por una pequeña
rotonda a la que corresponde, del otro lado de la sala,
un anfiteatro ubicado como en el del Palais des Études.
El edificio principal está precedido por un antepatio
enmarcado por dos edificios simétricos. El corte alzado
de este antepatio muestra también la fachada de ingreso
principal, un pórtico hexástilo de orden corintio
–inmediatamente arriba de este se sitúa la cubierta
octogonal de la pequeña rotonda–, a ambos lados
los interiores decorados y pintados en estilo antiguo,
Italian patio decorated with the colours of Pompeii.
In this last work the principle of a palace organized
around a central courtyard covered by a metallic
structure was applied to the building itself, which,
due to its function, represented the most emblematic
place in the Beaux-Arts tradition in Paris.
The Triumph of a Beaux-Arts Model
Far from being an exception, this hybrid association
of masonry architecture inspired by Roman Antiquity
or the Italian Renaissance, using the the art of
monumental sculpture and playing with the effects
of mass and a light structure in metal and glass,
favoured the proliferation of fine cast iron columns
similar to those of the ancient frescoes discovered
in Pompeii – and turned out to be a fashionable
formula in Paris. Although it was far from manifesting
a conflict between art and technique – and even less
so between architects and engineers – in general
it remained at a level of collage or juxtaposition,
and rarely managed to offer a true synthesis, as in
Labrouste’s libraries. But it expressed the evident
will of the École and its brightest representatives
to dominate both the great classical culture
– in its tradition as well as in its contemporary
extensions – and the recent developments of science
and construction technologies.
The winning project for the Prix de Rome of 1876,
designed by Georges Roussi, illustrates the central
role of artistic programs in this monumental research.
Responding to an identity program for a Palais des
Beaux-Arts, it proposes an oblong building organized
around a long porticoed courtyard. We enter it by a
small rotunda that corresponds, on the other side of
the courtyard, to an amphitheatre positioned like that
of the Palais des Études. The main building is preceded
by a forecourt framed by two symmetrical buildings.
The forecourt’s section shows both the main entrance
façade, a hexastyle portico of Corinthian order above
which the octagonal roof of the small rotunda is
found, on either side the decorated interiors which
are painted in the antique style, the galleries and
in the background a large metallic nave with its
monumental glass roof.
Perfectly typical of the Beaux-Arts in the
composition of its plan made up of autonomous
DE PIEDRA Y HIERRO ∙ OF STONE AND IRON
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