Emilio Jéquier, la construcción de un patrimonio
En el marco de las celebraciones de su 140° aniversario, el Museo Nacional de Bellas Artes, con el auspicio de LarrainVial y el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, se impulsó la edición del libro Emilio Jéquier: la construcción de un patrimonio, que rescata por primera vez la obra, la figura y el pensamiento del autor del edificio en el cual se emplaza este Museo, el Palacio de Bellas Artes, inaugurado en 1880.
En el marco de las celebraciones de su 140° aniversario, el Museo Nacional de Bellas Artes, con el auspicio de LarrainVial y el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, se impulsó la edición del libro Emilio Jéquier: la construcción de un patrimonio, que rescata por primera vez la obra, la figura y el pensamiento del autor del edificio en el cual se emplaza este Museo, el Palacio de Bellas Artes, inaugurado en 1880.
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académico –fue director de la Escuela de Arquitectura
de la Universidad Católica y revisor de su plan de
estudios, junto a José Forteza y Manuel Cifuentes–
se van instalando las ideas de Labrouste, Simonet o
Violet Le Duc, fisuras críticas sobre la hegemonía del
academicismo francés. En esa línea, destacan también
sus vínculos profesionales y familiares con personajes
como Emilio Doyère o Julio Bertrand Vidal, integrante
del grupo de Los Diez cuya obra y escritos son explícitos
en el abrazo de dicha crítica, ideas que adelantan la
revisión de los planes de estudio y la ruptura que
décadas más tarde darán paso al movimiento moderno
en arquitectura.
El trabajo de Jéquier sería por tanto un eslabón
relevante en la transición de la disciplina y con ello de la
arquitectura misma de la ciudad. Un profesional en que,
como bien señala Jean-Philippe Garric en su texto De
piedra y hierro, se conjuga la cultura del arquitecto con la
del ingeniero: la tradición de los templos y la modernidad
de la industria, metáfora que se encarna físicamente en el
hall pétreo e industrial del Palacio de Bellas Artes.
Un segundo punto a destacar es aquel que
Fernando Pérez sintetiza como la «instalación
consciente de las artes en la república», a la que hace
referencia para hablar del espíritu del Centenario.
Esto encierra especial interés porque este espíritu se
refleja no solo en el mencionado edificio, sino en el
esfuerzo sostenido de parte del Estado chileno, que
durante toda la segunda mitad del siglo XIX reclutó
profesionales y técnicos capaces de construir con
altos niveles de calidad la edificación e infraestructura
pública, la cual venía a definir y consolidar el
imaginario de la ciudad republicana.
En ese sentido, no es casual que el concurso para el
nuevo Palacio de Bellas Artes haya sido adjudicado a la
propuesta de Jéquier, arquitecto promovido por el mismo
Estado y parte constitutiva de ese proyecto mayor de
fuerte impacto público.
Si bien la realidad urbana actual y sus complejas
dinámicas difieren radicalmente de aquellas que
informaban el devenir de la ciudad a comienzos del
siglo XX, volver sobre este periodo nos permite constatar
Simonet or Viollet-le-Duc were laid down, critical
fissures on the hegemony of French academicism.
In this respect, his professional and family ties also
stand out with characters such as Emilio Doyère or
Julio Bertrand Vidal – a member of the grupo de los
Diez whose work and writings explicitly embrace
the above-mentioned criticism, ideas that anticipate
the revision of the study programs and the rift
that decades later would give way to the modern
movement in architecture.
Jéquier’s work is a relevant link in the transition of
the trade and therefore of the architecture of the city
itself. A professional in which, as Jean-Philippe Garric
points out in his text “Of stone and iron”, the culture
of the architect is combined with that of the engineer:
the tradition of the temples and the modernity of
the industry, a metaphor that is physically embodied
in the stony and industrial hall of the Palace of
Fine Arts.
A second aspect to highlight is that which
Fernando Pérez synthesizes as the “conscious
inclusion of the arts in the republic”, when he refers
to the spirit of the centenary. This is particularly
noteworthy since this spirit is reflected not only
in the aforementioned building, but also in the
State’s sustained effort throughout the second half
of the 19th century to recruite professionals and
technicians capable of constructing with high levels
of quality the public buildings and infrastructure
which came to define and consolidate the identity of
the city of the republic.
Therefore, it is not by chance that the competition
for the new Palace of Fine Arts was won by
Jéquier, an architect promoted by the State itself
and part of that greater undertaking of significant
public influence.
Although the current urban reality and its complex
dynamics differ radically from those that suggested
the future of the city at the beginning of the 20th
century, reviewing this period allows us to verify the
validity of these premisses regarding the role that
the authorities should have in the construction of
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