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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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Puso después otro huevo, y su carácter cambió por completo. Estaba más salvaje cada día y nos<br />

trataba como a sus peores enemigos, acercándose de tapadillo a comer a la puerta de la cocina cual<br />

si temiera por su vida. Ni siquiera el gramófono la indujo a entrar de nuevo en casa. La última vez<br />

que la vi estaba sentada en un olivo, arrullando de la manera más coqueta y pretenciosa, mientras un<br />

poco más allá en la misma rama un palomo grande y de aspecto muy masculino se contorsionaba y<br />

arrullaba en perfecto éxtasis de admiración.<br />

Durante cierto tiempo el Hombre de las Cetonias siguió viniendo por la villa con asiduidad para<br />

añadir algún habitante a mi zoológico: una rana quizá, o un gorrión patiquebrado. Una tarde Mamá<br />

y yo, en un arranque de sentimentalismo extravagante, le compramos todas sus existencias de<br />

cetonias y, luego que se hubo marchado, las soltamos por el jardín. Días y días estuvo la villa llena<br />

de cetonias que trepaban a las camas, se agazapaban en el cuarto de baño, se estrellaban de noche<br />

contra las luces y nos caían en el regazo como esmeraldas.<br />

La última vez que vi al Hombre de las Cetonias fue un atardecer, estando yo sentado en un altillo<br />

que dominaba el camino. Venía evidentemente de alguna fiesta y había tragado cantidad de vino,<br />

pues hacía eses de lado a lado del camino, tocando con la flauta una tonada melancólica. Grité un<br />

saludo, y sin volverse me hizo una seña estrafalaria. Al doblar el recodo se silueteó un instante<br />

sobre el pálido color lavanda de la tarde. Vi su sombrero andrajoso con las plumas al viento, los<br />

abultados bolsillos de su abrigo, las jaulas de mimbre llenas de soñolientas palomas a su espalda, y<br />

sobre la cabeza, dando vueltas y más vueltas a lo tonto, los puntitos minúsculos de las cetonias.<br />

Torció entonces la esquina y no quedó sino el cielo pálido con una luna nueva suspendida como una<br />

pluma de plata y el blando gorjeo de su flauta perdiéndose en el crepúsculo lejano.<br />

4 media fanega de sabiduría.<br />

Apenas instalados en la Villa Fresa, Mamá dictaminó que yo estaba en estado salvaje y que era<br />

necesario procurarme alguna instrucción. Pero, ¿cómo encontrar semejante cosa en una remota isla<br />

griega? Como era habitual cada vez que surgía un problema, la <strong>familia</strong> en pleno se lanzó con<br />

entusiasmo a la tarea de resolverlo. Cada uno tenía su respectiva idea de lo que más me convenía, y<br />

la argumentaba con tal fervor que toda discusión de mi futuro solía acabar en alboroto.<br />

—Tiempo tendrá de estudiar —dijo Leslie—. Al fin y al cabo sabe leer, ¿no? Yo le enseño a<br />

disparar, y si comprásemos un bote le enseñaría también navegación.<br />

—Pero, querido, eso no le sería lo que se dice muy útil el día de mañana —señaló Mamá,<br />

añadiendo vagamente—, a menos que ingresara en la marina mercante o algo así.<br />

—Yo creo que es esencial que aprenda a bailar —dijo Margo—, si no quiere acabar siendo uno de<br />

esos horribles zangolotinos pavisosos.<br />

—Sí, querida; pero ese tipo de cosas más adelante. De<br />

momento lo que le hace falta es una mínima instrucción en materias como matemáticas y<br />

francés... sin olvidar que su ortografía es aterradora.<br />

—¡Literatura! —dijo Larry con convicción—: eso es lo que necesita, una sólida base literaria. Lo<br />

demás lo irá adquiriendo de paso. Yo ya le he animado a que lea algunas cosas buenas.<br />

—¿Pero no te parece que Rabelais es un poco antiguo para él? —preguntó Mamá con aire<br />

dubitativo.<br />

—Es humor bueno y limpio —repuso Larry alegremente—. Ahora es cuando le interesa adoptar<br />

una perspectiva sexual correcta.<br />

—Pero qué manía tienes con el sexo —dijo Margo torciendo la nariz—. En cualquier asunto que<br />

estemos discutiendo, siempre lo—tienes que sacar a relucir.

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