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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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probar el nuevo vino blanco de Taki. ¡Spiridion, vaya vino!... Como la sangre de un dragón y más<br />

suave que un pez... ¡Vaya vino! Al volver estaba el aire cargado de soñarrera, y aquí me tiene.<br />

Dio un suspiro hondo pero impenitente, y luego de hurgar en un bolsillo extrajo su abollada lata<br />

de tabaco y unos finos papelillos grises. Ahuecó la tostada mano llena de callosidades para reunir el<br />

montoncito de picadura rubia, mientras con los dedos de la otra lo empujaba y daba forma. Lió con<br />

destreza el cigarrillo, sorbió el tabaco que rezumaba por los extremos y los reintegró a la lata,<br />

encendiendo después con un enorme mechero de estaño del que salía una mecha enroscada cual<br />

culebra furiosa. Soltando humo, reflexionó un instante, se sacó del bigote una hebra de tabaco y de<br />

nuevo metió la mano en el bolsillo.<br />

—<strong>Mi</strong>re, a usted que tanto le interesan las criaturas de Dios; mire lo que atrapé esta mañana,<br />

escondido debajo de una peña como el demonio —dijo, y sacó del bolsillo un frasquito firmemente<br />

encorchado y lleno de dorado aceite de oliva—; es muy bueno, un luchador. El único luchador que<br />

conozco capaz de hacer daño con la trasera.<br />

El frasco, lleno de aceite hasta la boca, parecía hecho de ámbar pálido; entronizado en el centro,<br />

suspendido por la densidad del líquido, se veía un pequeño escorpión de color chocolate, con la cola<br />

curvada en cimitarra sobre el dorso. Estaba muerto, sofocado en su viscosa tumba. Rodeaba el<br />

cadáver una tenue aureola, como una bruma en el dorado aceite.<br />

—¿Ve eso? —señaló Yani—. Es el veneno. Estaba repleto, éste.<br />

Pregunté, por curiosidad, por qué era necesario meterlo en aceite.<br />

Yani se echó a reír con todas sus ganas y se limpió el bigote.<br />

—¿No lo sabe, pequeño lord, usted que se pasa la vida tripa abajo cogiendo estas cosas, eh? —<br />

dijo, divertidísimo—. Pues se lo voy a decir. Nunca se sabe, a lo mejor le puede ser útil. Primero<br />

hay que coger el escorpión, y cogerlo con mucho cuidado, como cae una pluma. Después se le echa<br />

vivo —fíjese bien, vivo— en un frasco de aceite. Se le deja que se atufe, que se muera ahí, para que<br />

el aceite dulce chupe el veneno. Y luego, si le pica a usted alguno de sus hermanos (que San<br />

Spiridion no lo permita), se frota en el sitio que sea con el líquido. Con eso se cura la picadura, y no<br />

duele más que el pinchazo de una espina.<br />

En tanto que yo digería tan curiosa información salió de la casa Afrodita, con el ajado rostro rojo<br />

como semilla de granada, portando una bandeja de hojalata que contenía una botella de vino, una<br />

jarra de agua y una fuente con aceitunas, higos y pan. Yani y yo nos bebimos el vino con agua, de<br />

un delicado tono rosáceo, y comimos en silencio. A pesar de sus encías desdentadas, Yani arrancaba<br />

trozos enteros de pan y los masticaba con avidez, engullendo migotes tan gordos que a su paso se le<br />

abultaba el arrugado cuello. Cuando acabamos se arrellanó, se limpió minuciosamente el bigote y<br />

reanudó la charla, como si no hubiera hecho pausa alguna.<br />

—Yo conocía a un muchacho, pastor también, que un día fue de fiesta a un pueblo lejano. De<br />

vuelta, como el vino le había calentado la panza, quiso dormir un rato y se echó en un claro entre<br />

los arrayanes. Pero según dormía salió de las matas un escorpión y se le metió en una oreja, y al<br />

despertarse le picó.<br />

Aprovechando el momento psicológico, Yani se detuvo para escupir por encima del muro y liar<br />

otro cigarrillo.<br />

—Sí —suspiró al fin—, fue muy triste... tan joven como era. El bichito le picó en la oreja... ¡pif!...<br />

sin más. El pobre muchacho se retorcía de sufrimiento. Corrió gritando por los olivos, sujetándose<br />

la cabeza... ¡Ah, fue horrible! No había nadie que oyera sus gritos, nadie que pudiese ayudarlo...<br />

nadie. Con terribles dolores echó a correr para el pueblo, pero no llegó. Allí en el valle cayó muerto,<br />

no lejos del camino. Lo encontramos la mañana siguiente cuando salíamos al campo. ¡Qué<br />

espectáculo! ¡Qué espectáculo! Por una picadurita de nada se le infló la cabeza como si tuviera<br />

preñados los sesos, y estaba muerto, muerto sin remisión.

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