Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A
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Cuando abandonamos el camino bastante llano por donde íbamos para trepar por un abrupto<br />
sendero de cabras, yo esperaba alguna protesta, pero Teodoro me siguió con vigor incansable,<br />
canturreando aún. Llegamos por fin al penumbroso olivar, y tras conducir a Teodoro hasta el rellano<br />
le señalé la enigmática trampilla.<br />
Inclinóse a examinarla, entornando los ojos.<br />
—Aja —dijo—, sí... hum... sí.<br />
Del bolsillo del chaleco sacó una navajita, la abrió, insertó cuidadosamente la punta de la hoja<br />
bajo la puerta y haciendo palanca la levantó.<br />
—Hum, sí —repitió—; cteniza.<br />
Echó un vistazo al interior del túnel, sopló por él y dejó caer la trampilla nuevamente en su sitio.<br />
—Sí, son madrigueras de migala —dijo—, pero ésta no parece estar habitada. Lo corriente es que<br />
el animal se aferré a la... eh... trampilla... con las patas, o mejor con las garras, y con tanta tenacidad<br />
que se corre el riesgo de romper la puerta al intentar abrirla. Hum... sí... éstas son madrigueras de<br />
hembras, por supuesto. El macho excava una semejante, pero la mitad de grande.<br />
Comenté que nunca había visto construcción tan curiosa.<br />
—¡Aja! sí —dijo Teodoro—, sí que son muy curiosas. A mí lo que más me intriga es cómo nota la<br />
hembra que se aproxima un macho.<br />
Debí poner cara de tonto, porque se balanceó sobre las puntas de los pies, me dirigió una mirada<br />
rápida y prosiguió:<br />
—La araña, naturalmente, espera dentro de su madriguera a que algún insecto (una mosca, un<br />
saltamontes o algo por el estilo) pase casualmente por allí. Parece ser que sabe apreciar si el insecto<br />
está lo bastante cerca para atraparlo. Si es así, la araña... eh... salta del agujero y se abalanza sobre<br />
su presa. Pero cuando el macho viene en busca de la hembra tiene que pisar el musgo hasta la<br />
trampilla, y a menudo me he preguntado cómo se las arregla para no ser... eh... devorado<br />
erróneamente por la hembra. Es posible, desde luego, que sus pisadas resuenen de distinta forma. O<br />
a lo mejor emite alguna clase de... me comprende... alguna clase de sonido que la hembra reconoce.<br />
Bajamos del monte en silencio. Al alcanzar el punto en que se bifurcaba el sendero le dije que<br />
tenía que despedirme.<br />
—Ah, bien, le diré adiós —dijo, fijando la vista en sus botas—. Ha sido muy grato conocerle.<br />
Ambos enmudecimos un instante. Teodoro experimentaba el azoramiento agudo que parecía<br />
abrumarle cada vez que tenía que saludar o despedirse de alguien. Contempló un poco más sus<br />
botas y después me tendió la mano y estrechó solemnemente la mía.<br />
—Adiós —dijo—. Confío... eh... confío en que volvamos a vernos.<br />
Me volvió la espalda y salió trotando monte abajo, blandiendo el bastón y sin dejar de pasear en<br />
torno su mirada observadora. Le vi alejarse y luego me encaminé despacio hacia la villa. Teodoro<br />
me desconcertaba y admiraba a un tiempo. Por un lado, el hecho de ser un científico de gran<br />
prestigio (y bastaba verle la barba para cerciorarse de ello) le convertía a mis ojos en persona muy<br />
importante. Era, en efecto, el único de mis conocidos hasta entonces que compartía mi entusiasmo<br />
por la zoología. Por otro lado, me halagaba en extremo el que me tratase y hablase como a alguien<br />
de su edad. Me gustó por eso, pues en mi <strong>familia</strong> nunca se me había tratado como a un niño, y yo<br />
tenía una pésima opinión de cualquier extraño que lo intentase. Pero Teodoro no sólo me hablaba<br />
como a un adulto, sino como a un colega de su talla.<br />
Lo que me había contado de la mígala me fascinaba: la imagen del animal agazapado en su túnel<br />
de seda, sujetando la puerta con sus curvadas garras, con el oído atento a las pisadas de los insectos<br />
sobre el musgo. ¿Y cómo le sonarían las cosas a una mígala? Me imaginaba que un caracol se