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14 Ana María Larrea Maldonado<br />
El neoliberalismo, al igual que en toda América Latina, en el Ecuador provocó<br />
el aumento de la desigualdad. Desigualdad que tiene expresiones territoriales<br />
y sociales muy concretas: las poblaciones más perjudicadas por el modelo de<br />
desarrollo vigente han sido sin duda, los pueblos indígenas y afroecuatorianos,<br />
quienes muestran los mayores niveles de pobreza, poco acceso a servicios públicos<br />
como educación o salud, y además han sufrido históricamente fuertes procesos<br />
de discriminación y exclusión social. Territorialmente, la región más relegada<br />
es la Amazonía junto con algunas provincias de la Sierra central, también<br />
habitadas por poblaciones indígenas. Paradójicamente, la Amazonía es la región<br />
de donde se extrae el petróleo, que constituye el principal rubro de exportación<br />
del país. Las áreas rurales presentan niveles de pobreza muy superiores a las áreas<br />
urbanas.<br />
La fragmentación regional se ha expresado principalmente en la disputa<br />
entre Quito, la capital del país, y Guayaquil, el polo de desarrollo económico y,<br />
en menor medida, con la región austral, que ha reclamado permanentemente<br />
su incorporación dentro del proyecto de nación y ha criticado fuertemente el<br />
modelo bipolar y centralista del Estado ecuatoriano.<br />
Por otra parte, el esquema de acumulación privada se ha basado en la transferencia<br />
de recursos públicos. Dos casos son ilustradores: durante el gobierno de<br />
Osvaldo Hurtado, en la década de los ochenta, se sucretizó la deuda privada, lo<br />
que significó una pérdida de aproximadamente 3 mil millones de dólares para el<br />
Estado ecuatoriano. Durante el gobierno de Jamil Mahuad, el salvataje bancario<br />
significó una pérdida de cerca de 8 mil millones de dólares para el Estado. Mientras<br />
que la inversión en educación entre 1980 y 2004 se redujo del 30% al 12%, y<br />
el servicio de la deuda se incrementó del 16% del presupuesto general del Estado<br />
en 1980 a más del 40% en los primeros años de la década iniciada en el año 2000.<br />
El Estado ecuatoriano fue desmantelado, las oficinas de planificación desmontadas,<br />
se perdieron las posibilidades de regulación, se privatizó al propio<br />
Estado y la política social se transformó en un paliativo de la arrasadora política<br />
económica.<br />
Los sindicatos fueron destruidos en la década de los ochenta. En los noventa,<br />
el movimiento indígena cubrió el vacío dejado por los sindicatos y se convirtió en<br />
uno de los movimientos más fuertes de resistencia al neoliberalismo en América<br />
Latina. Sin embargo, en los últimos años, el movimiento indígena también ha<br />
sido profundamente debilitado, dejando el otrora fuerte tejido social ecuatoriano<br />
fracturado y con una crisis programática profunda.<br />
El triunfo electoral de Rafael Correa en el Ecuador, en 2006, creó grandes<br />
esperanzas para el campo popular en el país y en América Latina. Se abrieron las<br />
condiciones para recuperar el Estado, después del acelerado proceso de debilitamiento<br />
al que se vio sometido por las políticas neoliberales; construir sociedad<br />
y generar un nuevo modo de desarrollo, que tenga como centro al ser humano<br />
antes que al mercado y que enfrente las profundas desigualdades que existen en<br />
el Ecuador.<br />
El gobierno de la Revolución Ciudadana se plantea un programa que revierta<br />
los planteamientos del Consenso de Washington y permita al país iniciar una era<br />
posneoliberal, cuyo centro constituye la «redistribución de la riqueza como un<br />
conjunto de medidas que tienen fuertes implicaciones democratizadoras» (SEN-<br />
PLADES, 2009a: 7). Por otra parte, la agenda programática de la Revolución Ciudadana<br />
se plantea enfrentar las estructuras oligárquicas de poder. Para alcanzar