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24 Ana María Larrea Maldonado<br />
Los nadies: Los hijos de nadie, los dueños de nada.<br />
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre,<br />
muriendo la vida, jodidos, rejodidos:<br />
Que no son, aunque sean.<br />
Que no hablan idiomas, sino dialectos.<br />
Que no profesan religiones, sino supersticiones.<br />
Que no hacen arte, sino artesanía.<br />
Que no practican cultura, sino folklore.<br />
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.<br />
Que no tienen cara, sino brazos.<br />
Que no tienen nombre, sino número.<br />
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.<br />
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.<br />
(Galeano, 2007: 59)<br />
Estos seres que, aunque existen, no son, pierden la posibilidad de ser reconocidos<br />
y visibilizados, no solo individual, sino también colectivamente. Es decir, el régimen<br />
de verdad de nuestras sociedades, subsume e invisibiliza también a pueblos<br />
y culturas enteras, desvalorizando sus formas de vida, deshistorizando su experiencia,<br />
sus luchas y reivindicaciones y generando un proceso de homogenización<br />
que destruye lo diverso y lo desconoce.<br />
Las sociedades capitalistas construyen dos formas de pertenencia jerarquizada:<br />
el sistema de desigualdad y el sistema de exclusión. En el sistema de desigualdad,<br />
lo que está abajo, lo considerado inferior, está dentro del sistema, por<br />
ejemplo, las trabajadoras domésticas, los trabajadores en una empresa, etc. Pero<br />
en el sistema de exclusión, lo que está abajo, desaparece, no existe (Santos, 2006:<br />
54). Se niega a estos seres parte de su humanidad (el hablar un idioma propio, el<br />
profesar una religión, etc.). Ambos sistemas jerárquicos, la desigualdad y la exclusión,<br />
se refuerzan mutuamente.<br />
A través de este proceso de invisibilización desperdiciamos una gran cantidad<br />
de experiencias sociales, por el solo hecho de negarnos a mirarlas. Nuestra<br />
racionalidad, calificada por Boaventura de Sousa Santos como indolente y<br />
perezosa, se considera «única, exclusiva y… no se ejercita lo suficiente como para<br />
poder mirar la riqueza inagotable del mundo» (Santos, 2006: 20).<br />
La razón indolente realiza dos operaciones simultáneamente: por una parte,<br />
contrae, disminuye, sustrae el presente y contribuye al desperdicio de la experiencia,<br />
pues produce como ausente mucha realidad que podría estar presente.<br />
Por otra parte, la razón indolente expande el futuro infinitamente, a través de la<br />
idea de progreso, de desarrollo (Santos, 2006: 20).<br />
La idea del progreso y del desarrollo ha generado una monocultura que invisibiliza<br />
la experiencia histórica de los diversos pueblos que son parte fundadora<br />
y constitutiva de nuestras sociedades. Bajo la concepción del progreso, de la<br />
modernización y del desarrollo, opera una visión del tiempo lineal, en que la historia<br />
tiene un solo sentido, una sola dirección; los países desarrollados van adelante,<br />
son el «modelo» de sociedad a seguir. Lo que queda fuera de estas ideas, es<br />
considerado salvaje, simple, primitivo, retrasado, premoderno. Es imposible pensar<br />
que los países menos desarrollados, pueden ser más desarrollados en algunos<br />
aspectos que los países llamados desarrollados (Santos, 2006: 24).