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94 Ana María Larrea Maldonado<br />

y unitaristas. El papel de los poderes regionales, constituidos por las élites de<br />

Quito, Guayaquil y Cuenca, fue el de representar y negociar los intereses de las<br />

élites políticas y económicas regionales en la construcción de la República. Los<br />

principales debates en los que participaron y defendieron sus intereses las élites<br />

regionales fueron: el tipo de Estado que debía tener el Ecuador (unitario o federal);<br />

la cuestión administrativa (centralismo o descentralismo); y la representación.<br />

Desde sus orígenes, en los municipios existían tensiones con los poderes<br />

regionales (Ramón, 2004: 133).<br />

En 1835, se eliminan los departamentos y se crean las provincias, como las<br />

unidades territoriales principales del país, sometidas a la autoridad del gobernador,<br />

como representante del Ejecutivo. Esta decisión fue resistida por las tres<br />

capitales de los Departamentos existentes: Quito, Guayaquil y Cuenca, pero tuvo<br />

el apoyo de las provincias «que vieron la oportunidad para mejorar su peso frente<br />

al gobierno central, aunque perdiesen parte de su autonomía. También lograban<br />

mayor autonomía frente a las capitales departamentales, con las que mantenían<br />

una serie de discrepancias» (Ramón, 2004: 146).<br />

En la tercera Constitución del país, en 1843, se eliminan los municipios,<br />

creando en su lugar un Consejo de ciudadanos nombrados por el Ejecutivo para<br />

apoyar al Gobernador. En los pueblos,<br />

[…] los blanco-mestizos a través de los Municipios y tenientes políticos habían logrado<br />

minar por dentro a las instituciones que todavía mantenían los indios libres, interviniendo<br />

activamente incluso en el nombramiento de gobernadores de indios [...]. Con<br />

ello, movieron la frontera étnica, creando una zona urbana blanco-mestiza y una zona<br />

rural indígena, controlada generalmente por la hacienda (Ramón, 2004: 148).<br />

De este modo, el mundo indio quedó reducido a espacios rurales y determinadas<br />

parroquias.<br />

Esta tendencia se revierte en el segundo momento de la construcción del<br />

Estado nacional (1845-1861), cuando se plantea el fortalecimiento de las provincias<br />

con una inspiración federalista, una mayor autonomía para los regímenes<br />

seccionales y la ampliación de la participación local. Este cambio se enmarca en<br />

un conjunto de reformas al régimen socioeconómico, entre las que cabe mencionar<br />

la emancipación de los esclavos, la abolición del tributo de indios y el<br />

fomento a la educación básica (Ramón, 2004: 148).<br />

También es la etapa en la que se empiezan a evidenciar las diferencias entre<br />

municipalidades con capacidad de generar rentas propias, como el caso de Guayaquil,<br />

gracias a la exportación del cacao y aquellas sumidas en la marginación.<br />

«El municipio en las zonas de activo dinamismo económico, se convirtió en el<br />

nuevo intermediario entre las unidades productivas necesitadas de mano de obra<br />

y los asalariados» (Ramón, 2004: 149).<br />

Sin embargo, estos cambios no fueron suficientes para ampliar la autonomía<br />

local, la tensión entre federalismo y unitarismo se mantuvo y en 1859 el movimiento<br />

federalista creó cuatro gobiernos federales en Guayaquil, Quito, Cuenca<br />

y Loja, en medio de una crisis generalizada. La superación de la crisis dio lugar<br />

a una nueva Constitución en 1861, en la que los gobernadores pasaron a ser electos<br />

por votación popular, se profundizó la autonomía de los regímenes seccionales<br />

y se dictó la primera Ley de Régimen Municipal. Los municipios se liberaron<br />

de la tutela del poder ejecutivo; se les otorgó facultades para autogobernarse, para<br />

expedir acuerdos y ordenanzas (Ramón, 2004: 149).

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