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Estado y configuración territorial en el Ecuador 89<br />
altísima equidad. Así, según los datos presentados por el informe de mayoría para<br />
el primer debate del pleno de la Asamblea Constituyente, sobre la organización<br />
territorial del Estado, las transferencias totales en relación a la población cantonal<br />
muestran un coeficiente de Gini de 0,15 y las transferencias establecidas en<br />
las leyes, un coeficiente de Gini del 0,09. Al analizar la relación entre transferencias<br />
totales y población total, solo un 5% de las transferencias totales muestran<br />
que éstas son asignadas por otras variables que no son el número de habitantes.<br />
Las tendencias para el caso de los consejos provinciales arrojan similares resultados.<br />
Este análisis muestra que el criterio fundamental para la asignación de recursos<br />
ha sido la población, mientras que el peso que se ha dado a otros criterios, que<br />
permiten una mayor equidad territorial, como necesidades básicas insatisfechas<br />
o pobreza de consumo ha sido mínimo. Por ello, el informe de mayoría concluye<br />
que «no se están entregando más recursos a los más pobres sino a los cantones<br />
más poblados» (Hidrovo y otros, 2008: 8).<br />
Históricamente, en el Ecuador se ha vivido una lógica de acoso corporativo<br />
al Estado, que se expresa en el reparto institucional a determinados grupos de<br />
presión y en una ocupación privada, incluso familiar, de las esferas de decisión<br />
pública, lo que ha dado paso a la configuración de un Estado «patrimonialista»,<br />
que usa los recursos públicos en beneficio de redes clientelares y de las empresas<br />
privadas (Barrera, Ramírez y Rodríguez, 1999: 190; Tapia, 2006: 22).<br />
La configuración histórica del espacio ecuatoriano refleja dos procesos convergentes:<br />
el centralismo y el regionalismo, ambos marcados por el carácter bipolar<br />
de la estructura económica, social y política, en un Estado con dificultades de<br />
integración (Castillo, 2008: vii). El discurso regionalista se activa en períodos de<br />
crisis como «artefacto de visibilización o canalización de otro tipo de intereses»,<br />
un ejemplo claro en este sentido fue el intento de León Febres Cordero de salvar<br />
al Banco del Progreso, en el marco de la crisis financiera nacional, que activó el<br />
discurso regionalista, como mecanismo de presión para defender los intereses de<br />
la banca guayaquileña.<br />
La crisis económica, social y política del país al iniciar el siglo XXI, como en<br />
otros períodos de la historia del Ecuador, fue el marco adecuado para una reactivación<br />
contundente del problema regional, en un período de hiperpolitización<br />
de la vida pública. «La cuestión regional aparece como una suerte de “caballo de<br />
Troya” en el que vienen anexados otros proyectos política y económicamente más<br />
trascendentes para los actores que los movilizan» (Barrera, Ramírez y Rodríguez,<br />
1999: 95).<br />
Las identidades territoriales se afirman, en primer término, en confrontación<br />
con el centralismo, y en segundo lugar en contra de las conformaciones de<br />
los niveles territoriales concentradoras de poder y riqueza; dando lugar a discursos<br />
autonomistas, federalistas o descentralizadores. Se movilizan entonces, disputas<br />
entre las principales ciudades del país (Quito y Guayaquil); entre la periferia<br />
y el centro; entre regiones (Costa, Sierra y Amazonía); entre polos dentro de<br />
una misma región (Guayas y Manabí / Pichincha y Azuay) e incluso al interior de<br />
cada provincia (Santo Domingo y Pichincha; Santa Elena y Guayas; La Concordia y<br />
Esmeraldas) (Barrera, Ramírez y Rodríguez, 1999: 225).<br />
Las relaciones entre el Estado nacional y los poderes locales no pueden<br />
ser entendidas de una forma unidireccional en la que el fortalecimiento del<br />
primero va de la mano con el debilitamiento de los segundos o viceversa. Por<br />
el contrario, se trata de una relación de mutuas influencias, que se remoldea