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Borges, Jorge Luis - Obras Completas - Literatura Argentina UNRN

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146 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS<br />

ganar: canta en la punta de las calles de nochecita, desde los<br />

almacenes con luz.<br />

La habitualidad del truco es mentir. La manera de su engaño<br />

no es la del poker: mera desanimación o desabrimiento de no<br />

fluctuar, y de poner a riesgo un alto de fichas cada tantas jugadas;<br />

es acción de voz mentirosa, de rostro que se juzga semblanteado<br />

y que se defiende, de tramposa y desatinada palabrería.<br />

Una potenciación del engaño ocurre en el truco: ese jugador rezongón<br />

que ha tirado sus cartas sobre la mesa, puede ser ocultador<br />

de un buen juego (astucia elemental) o tal vez nos está mintiendo<br />

con la verdad para que descreamos de ella (astucia al cuadrado).<br />

Cómodo en el tiempo y conversador está el juego criollo,<br />

pero su cachaza es de picardía. Es una superposición de caretas,<br />

y su espíritu es el de los baratijeros Mosche y Daniel que en<br />

mitad de la gran llanura de Rusia se saludaron.<br />

—¿Adonde vas, Daniel? —dijo el uno.<br />

—A Sebastopol —dijo el otro'.<br />

Entonces, Mosche lo miró fijo y dictaminó:<br />

—Mientes, Daniel. Me respondes que vas a Sebastopol para<br />

que yo piense que vas a Nijni-Novgórod, pero lo cierto es que<br />

vas realmente a Sebastopol. ¡Mientes, Daniel!<br />

Considero los jugadores de truco. Están como escondidos en<br />

el ruido criollo del diálogo; quieren espantar a gritos la vida.<br />

Cuarenta naipes —amuletos de cartón pintado, mitología barata,<br />

exorcismos—, le bastan para conjurar el vivir común. Juegan de<br />

espaldas a las transitadas horas del mundo. La pública y urgente<br />

realidad en que estamos todos, linda con su reunión y no pasa;<br />

el recinto de su mesa es otro país. Lo pueblan el envido y el<br />

quiero, la olorosa cruzada y- la inesperabilidad de su don, el ávido<br />

folletín de cada partida, el 7 de oros tintineando esperanza y<br />

otras apasionadas bagatelas del repertorio. Los truqueros viven<br />

ese alucinado mundito. Lo fomentan con dicharachos criollos<br />

que no se apuran, lo cuidan como a un fuego. Es un mundo angosto,<br />

lo sé: fantasma de política de parroquia y de picardías,<br />

mundo inventado al fin por hechiceros de corralón y brujos de<br />

barrio, pero no por eso menos reemplazador de este mundo real<br />

y menos inventivo y diabólico en su ambición.<br />

Pensar un argumento local como este del truco y no salirse<br />

de él o no ahondarlo —las dos figuras pueden simbolizar aquí<br />

un acto igual, tanta es su precisión— me parece una gravísima<br />

fruslería. Yo deseo no olvidar aquí un pensamiento sobre la pobreza<br />

del truco. Las diversas estadas de su polémica, sus vuelcos,<br />

sus corazonadas, sus cabalas, no pueden no volver. Tienen con

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